Mucho más que 30.000




Martín nació en Freyre, antes de que el siglo XX cruce su línea media. Cuando su adolescencia tomaba vigor, partió junto a sus hermanos hacia el sueño académico que Córdoba prometía. En la gran ciudad descubrió que las desigualdades y las injusticias nada tenían que ver con la armonía de su pueblo natal, y decidió no ser indiferente.
Martín dedicaba sus tardes a la Asociación de Médicos Obreros - que él mismo había fundado años atrás -. Él y muchos de sus colegas entendían que la medicina, en todas sus ramas, no podía resumirse a la atención clínico/hospitalaria, por lo que cuando el sol empezaba a caer sus rumbos se encaminaban a los barrios más pobres de La Docta.
En 1975 la entidad recibió un primer aviso y fue saqueada y violentada. Sin embargo, nunca recordó sentir tanto temor como a principios del año siguiente, cuando trabajando en un dispensario del norte de Alta Córdoba - por nada a Cambio -, una balacera que duró no menos de 10 minutos obligó a pacientes y facultativos a permanecer con el cuerpo pegado al piso.
Cuando el golpe militar ya era una realidad, tuvo la certeza de que su vida corría peligro. En seis meses sus dos amigos más íntimos y compañeros de lucha, habían desaparecido.
A sus 30 años, Martín, cumplía una doble condición poco usual para la época. Además de haberse graduado en tiempo y forma, seguía siendo soltero y, pese a que sus ojos solían ser siempre los más observados, no había en el corto plazo mujer que pudiese alterar su condición de uno.
Fue por todo esto que, advirtiendo la escalada de violencia que estaba dispuesto a devorarlo, no titubeó y comenzó a cargar las valijas. En Madrid encontraría un poco de paz y cuando el temblor hubiera pasado, volvería porque su tierra era ésta.

No fue fácil para un médico clínico gastar sus días - y a veces noches - vendiendo libros de baja reputación. Cuando luego de cinco años, logró homologar su matrícula y parecía que su camino español comenzaba a enderezarse, tomó la contradictoria y arriesgada decisión de volver hacia Argentina. Así fue que casi secretamente - incluso a oscuras de sus propios familiares - e invirtiendo todas sus arcas financieras, arribó a Buenos Aires en Septiembre de 1981.
No le resultó complicado descubrir que los campos seguían minados desde Jujuy hasta Ushuaia, y que las condiciones para su residencia cordobesa no estaban garantizadas. Ni para él ni para nadie con espíritu transformador. Quizás con más dolor que el de la primera vez - el dolor de la ilusión desvanecida - se dispuso a cruzar el charco antes de empezar el verano. Si algo tenía de positivo esta nuevo escape era que llegaba a Europa como médico.
Casi en paralelo con el advenimiento de la democracia, su vida a distancia comenzó a asentarse. Mientras su plano laboral iba en franco ascenso, una gallega logró obnubilarlo tanto como para contraer matrimonio y formar una familia que ya se extiende hasta la tercera generación.
Hoy, Martín, es un profesional reconocido y peina canas bien emblanquecidas por los vaivenes de la vida. Cuando la nostalgia lo oprime o se casa alguna sobrina, nuestro país lo recibe. Pocos saben la honda tristeza que los domingos suele acecharlo. Pocos saben que algunas noches sus sueños no se concilian y que despierta sudado, soñando que las fuerzas vienen por él. Pocos saben que casi no hay nada de aquel país que soñó. Pocos saben que extraña horrores a sus colegas, sus amigos, sus charlas de fútbol. Pocos saben que hace más de 40 años vive en el exilio.