Balas negras



Dos balas desalmadas cruzan el cristal y se ajustan en la cabeza de Lucas González. Dos balas de un policía que mata sin uniforme. Dos balas que terminan con los sueños de su sangre adolescente.

Dos balas que minutos antes de ser eyectadas no tenían nombre, aunque sí color. Dos balas estereotipadas, mezcladas con odio, al servicio de quienes pretender ejercer su cuota de poder siempre frente a los más débiles.

Dos balas que seguramente no alcancen para discutir la falta de profesionalización de las fuerzas de su seguridad ni su rol en el delito organizado, aunque sus nueve milímetros de muerte quizás desarmen los prejuicios para entender que no hay casos aislados, sino una forma de violencia institucionalizada recurrente a lo largo y ancho del país.Según la CORREPI, desde el regreso de la democracia se produjeron a razón de 171 casos de gatillo fácil por año. 

Una de las mayores conquistas del movimiento feminista es precisamente identificar los femicidios como una conducta sistémica que todos, de alguna forma, reproducimos. Quizás sea tiempo de no sólo clamar justicia por Lucas, si no también indagar los patrones que hacen que las balas del Estado se usen cíclicamente contra los más rezagados.