Ilusos


Nos ilusionamos, cíclicamente.

Nos ilusionamos, conscientes de que cada intento arrastra una contundente posibilidad de desilusión.

Nos ilusionamos con optimismo, reconociendo las carencias, aferrados más a la voluntad que al juego.

Nos ilusionamos sabiendo que toda ilusión es una forma de engaño a los sentidos, un artilugio al que recurren los magos para hacernos creer que algo está donde no; que algo se ve donde no.

Nos ilusionamos porque un mago juega para nosotros. Y lleva puesta la diez.

Nos ilusionamos en honor a tiempos mejores, que sabemos no volverán.

Nos ilusionamos en nuestra condición humana y necesitamos creer; confiar nuestras esperanzas en algún dispositivo que asegure que el futuro será mejor.

Nos ilusionamos cada vez que nuestro niño interior nos indaga por los sueños de potrero y campeonatos.

Nos ilusionamos con estar ilusionados, con darle algún sentido al tiempo que nos mira indiferente.

Nos ilusionamos pretendiendo que los días que nos separan del siguiente partido transcurran con ansiedad y angustia, alejados de la rutina gris que nos aliena.

Nos ilusionamos como mecanismo de defensa, como resistencia a un presente mediocre de pelotazos sin destino.

Nos ilusionamos y seguimos encontrando, contra viento y marea, motivos para ilusionarnos.

Nos ilusionamos, después de todo, para sentirnos vivos, un poco más vivos, hasta el próximo silbato. 



Menem lo hizo


No me exijan que aborde su muerte de forma protocolar y respetuosa, porque después de cien años de historia ferroviaria, nuestros trenes siguen en los galpones con las vías oxidadas y los pueblos aislados de la producción y el desarrollo.

No me pidan que escriba desde la corrección política, porque basta con asomar un pie en la calle para advertir que todavía no fuimos capaces de resolver muchos de los males menemistas. Un modelo de país importador, que detuvo el andar de miles de fábricas y expulsó del sistema a millones de trabajadores y trabajadoras. 

No pretendan que las letras queden a media asta cuando la deuda externa sigue achicando las porciones en los barrios y los bancos privatizados durante su gestión no son capaces de otorgar líneas de crédito blandas para reactivar las industrias.

No me obliguen a tipear estas líneas dentro de unas horas, alejadas de las condolencias y la sacralidad que nos envuelve en cada luto, cuando la muerte nos salpicó en la AMIA, cuando Río Tercero voló por los aires.

No busquen conmoverme con cintas negras cuando la cámara de José Luis Cabezas quedó oscura para siempre.

No recurran a argumentos de racionalidad, mientras
los científicos fueron mandados a lavar los platos.

No me fuercen a pertenecer a una sociedad europea, y rescatar las investiduras presidenciales con la institucionalidad que amerita el caso, cuando se gobernaba con estilo de celebrity, desde la superficialidad, la ostentación y el machismo.

No me manden a la estratósfera  si Carlos se fue siendo Senador Nacional, doblemente condenado por la justicia pero sin que Dios y la Patria lo demanden. Quizás deberíamos empezar a hacernos cargo nosotros.