Només tens una vida (Tienes una sola vida)


Este 2020 que se nos va quedará en el recuerdo de muchos como un tiempo raro, injusto, contradictorio. Quienes no han sufrido golpes en términos sanitarios, los han padecido en materia económica, aunque lógicamente siempre haya en el planeta algunos afortunados capaces de salir fortalecidos en cualquier situación, incluso una pandemia mundial. No es el caso de Messi, que -aparentemente- teniéndolo todo, tuvo un año que querrá dejar atrás rápidamente.

Después de otra Liga de Campeones donde el Barsa fue apabullado, el diez catalán cometió una inocente herejía: anunciar su voluntad de salir del club, confiando en la palabra empeñada por un dirigente en tiempos de pandemia. Sólo quien desconoce (o quisiera desconocer) el rol puramente mercantilista de un presidente de club europeo podría interpretar que lo iban a dejar irse fácilmente. Quizás Leo no lo sabía o quizás tan sólo imaginó que el club de su vida no iba a pelearse por estropear su deseo. Se equivocó.

Desde mediados de 2020 y hasta mediados de 2021, Messi jugará en el Barcelona sin tener ganas de hacerlo. Siendo el rosarino el mejor jugador de esta tierra, el que más salario gana, el que más ingresos genera por publicidad e imagen, perdió la pulseada ante un empresario de poca monta que renunció a su cargo semanas después del litigio. El verdadero poder no está dentro del campo de juego. Bartomeú y la corporación que lidera se lo hicieron saber.

Sin embargo, Lionel podría haber disputado un poco más su situación legal realizándole juicio al club que le abrió sus puertas en su niñez para que juege y pueda llevar a cabo su tratamiento. Messi decidió así renunciar a su legítimo reclamo, privilegiando su amor azulgrana frente a una salida conflictiva.

Hace unos años, también por esas tierras, Merlí le decía a un depresivo estudiante: Només tens una vida (Tienes una sola vida) para que así no la desperdicie. El joven Iván Blasco aprendía la lección y le dijo exactamente lo mismo a su profesor para que no malgaste su tiempo intentando reanimarlo. Una vida tenían ambos, como cada uno de nosotros, como el mismísimo Messi. Un año de esa vida la pasará en un lugar que él no quisiera.

Semejante hecho debería servir para que un pelotazo nos remueva las ideas. Aún siendo un todopoderoso en un campo de juego, quienes manejan la redonda son los dueños del capital. Y aún jugando en la elite de este deporte, tentado de posibilidades y de comodidades, se puede sentir la pertenencia y el amor por los colores. Porque, a pesar de todo, la pelota sigue sin mancharse.


1960


Sin soltar el cuerpo de la mujer, buscó en el bolsillo de su camisa y encontró el pañuelo celeste para secar la transpiración de su frente. Llevaba más de seis horas trabajando y la humedad que siempre traía los fines de octubre complicaba las cosas. El doctor Viñuela había llegado la tarde anterior con la impoluta presencia que le conferían su pantalón oscuro, zapatos brillosos y maletín de cuero, ahora marcados por la tierra.

Los restos de leña roja todavía se respiraban en el aire y se confundían con las delicias del chorizo con grasa saboreado en la víspera. Aunque intensos, la mujer apenas podía percibirlos concentrada en soltar el aire con dolor, en empujar su vientre con esmero. Su hermana, novata en estas situaciones, navegaba en nervios. Aunque había viajado para cuidar de su sobrina y transmitir calma, no paraba de rezar y persignarse. Cada vez más frecuentemente dejaba corriendo la habitación estrecha para cruzar todo el terreno y evacuar en la letrina todos sus temores.

Desde lejos se escucharon los pasos de un caballo que se iba deteniendo. Tras unos segundos de silencio, sonaron las palmas repetidamente. El marido ajustó sus tiradores y salió para volver a los quehaceres cotidianos. En la entrada de la cremería el carro jardinera estaba a tope. Con paciencia y tenacidad fue transportando en sus hombros cada uno de los tachos con más de veinte litros de leche recién ordeñada. A sus casi cuarenta años, sabía sobradamente disimular su cansancio. Caminó una y otra vez hasta el barril de descarga, sin separar sus sentidos de lo que acontecía en el cuarto contiguo.

Mientras completaba el libro de planillas con minuciosidad, lo sorprendió un murmullo que se transformó en grito y lo hizo avanzar con apuro hasta la habitación. Entró y miró a su mujer, quien desde su delgadez incipiente le devolvió una sonrisa cansada y plácida. Su hija observaba atónita, asomada desde la puerta. Viñuela le extendió la mano y lo felicitó por ser padre del primer varón de la familia. Atrapado en una lluvia de emociones se acercó hacia el recién nacido, le acarició la mejilla y con el hilo de voz que le quedaba le dio la bienvenida a José Luis.

Positivo


Mientras Xiang Wang y Li Zhao hacían el amor como lo hacen las parejas recién casadas en su luna de miel, mientras sus bocas confundían el sabor del goce con los restos de un delicioso Ban Mian, mientras aprovechaban la última noche de su travesía por toda Italia, la noticia había comenzado a circular.

Filippo era el responsable de limpieza del hotel y se encargó de que nada quede fuera de lugar ese martes. Apuró en terminar su jornada, y después de una porción de pizza callejera, llevó la noticia y su ilusión hasta la estación de tren que lo dejaría en Milano para que su Atalanta viva otra notte magica.

Las manos y las lágrimas de Marta y Alicia se entrelazaron en el aeropuerto. Su amistad se ponía en pausa porque la primera volvía a Brasil antes de que las fronteras se cierren. El doctorado podía esperar, porque la noticia ya circulaba entre ellas.

Cada vez más verdes. El milagro de los avances biotecnológicos había logrado en los últimos veinte años completar el proceso de maduración de las bananas dentro de un camión. Las atmósferas modificadas lograban la alquimia cromática de ingresar frutos marcadamente verdosos en Salvador de Bahía y entregarlos algo amarillentos en Uruguay, Paraguay y Argentina. Así lo sabía Edson, cuando una  madrugada de mayo puso marcha a su acoplado por la BR-285. Con la compañía del estéreo, cigarrillos y una tos que iba en ascenso, sabía que en tres días volvería a casa con su vehículo descargado. Las frutas y la noticia llegarían a destino.

Buenos Aires había dejado de ser una ciudad amigable para vivir. (¿Lo había sido alguna vez?). El vértigo, la intolerancia y el desprecio por el otro no eran propiedad exclusiva de una clase política. Sin embargo, las mismas razones que convertían a la capital en un caos, eran las que fundamentaban hoy su presencia por esas tierras. Teresa sabía inequívocamente que el precio que conseguía en el barrio de Once para la ropa de su negocio era mucho menor que en los pagos santafesinos. Por eso, cuando agosto flexibilizó la cuarentena se fue en su auto particular a buscar la postergada mercancía. Trajo en total doce pesadas bolsas de consorcio. Y una noticia que le hizo doler el cuerpo.

Entre el sanatorio y la clínica Roxana tenía cuarenta minutos. Los aprovechaba para buscar ofertas en cualquier rubro que se convertían automáticamente en los próximos regalos de familiares y amigos. Casi sin saberlo, como tantas otras personas, ella recibió la noticia. 

Hay quienes se enteraron en las terapias intensivas; otros se sorprendieron en los geriátricos. A algunos los encontró en sus ranchos, a otras en sus departamentos. Aunque la noticia se sepa, ya no todos están para contarla. A muchos se la dijo un médico, a pocos una voz en el teléfono.  A mí me la contó un whatsapp en la  mañana de este 23 de septiembre.



Trotsky


Después de liberar la Unión Soviética
Después de empoderar a millones de trabajadores ,
Después de conquistar a Frida,
Después de vivir y morir con Natasha
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El viejo Trotsky apagó su voz lejos de su casa, lejos de su frío,
lejos de su perro amado,
lejos de sus hijos asesinados en la Gran Rusia.
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Opositor al totalitarismo Stalinista creciente se convirtió en exiliado y culpable de casi todo. Pudo refugiarse en Mexico, cuando todos los países europeos -capitalistas y comunistas- le negaron asilo, por finales de la década del ‘30.
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Sin embargo, la mano que empuñaba el piollet que le abrió la cabeza cruzó dos continentes para arrancarle la vida y las ideas emancipadoras.
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Convencido hasta la tozudez, Leon Trotsky creía que “La propiedad del Estado se hacía socialista a medida que dejaba de ser propiedad del Estado". Y no se lo perdonaron.
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Consciente del peligro que lo acechaba, escribió caudales sobre el capitalismo que nos tocaría. Y tuvo razón.
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Su testamento fue, quizás, un poco optimista: ‘La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia..’
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En 2016, junto a @santigon86, tuve el gusto de poder conocer la casa donde pasó sus últimos días, e incluso conocer a su nieto -convertido en anciano-, testigo ocular de su muerte.
El lugar pasa inadvertido para turistas y autoridades. Paradójicamente, ser trotskista suele tener connotaciones peyorativas en nuestras tierras.
Olvido y ensañamiento. Dos características que casi siempre la historia le asigna a algo que fue razonablemente bueno.

Filos


 El vaso transpiraba la mesa de madera, y dejaba ya cinco desalineados círculos de humedad. Ramiro bebió el último sorbo y fue por una botella más a la heladera. No era que tuviera sed, pero la cerveza sabía disimularle las tristezas.

Desde su silla, escuchó el ronquido de su madre en una casa donde habitación, baño y comedor eran casi una sola cosa. A sus mozos veinticuatro, sentía en su cuerpo y en sus emociones algunos sinsabores de la vida: unas horas antes su hija Luz había alcanzado su quinto cumpleaños y a Ramiro todavía le dolía que los festejos fueran tan distintos a lo imaginado.

Él lo había calculado todo: con su paga de los primeros días de la semana, más algún ahorro bien escondido, llegaría a alquilar algún inflable infantil y podría adelantar el pago de aquel peluche con que la pequeña se ilusionaba cada vez que compartían noches de televisión en los días de visita estipulados. Por eso, sintió que un cuchillo le atravesaba de lleno en sus proyectos cuando el domingo recibió el mensaje del patrón diciendo que no lo necesitaría esta semana.

Ideó un plan alternativo para salvar la ropa. Bien el lo sabía. Cuidar coches no era ni por asomo tan generoso como dar una mano en la verdulería. Sin embargo, madrugó todavía un poco más de lunes a miércoles y pedaleando tenazmente su bicicleta consiguió ahorrarse la fortuna que salía viajar en el 15 hacia y desde el centro de la ciudad y arropar lo suficiente para un regalo merecido.

Luz abrió grande sus ojos y besó a su padre generosamente al despedazar el papel que envolvía la docena de pinturas multicolores y maquillantes. No tuvo la misma aprobación por parte de su ex mujer, de quien Ramiro seguía peligrosamente enamorado -en realidad, sus últimos tiempos, habían sido de reiteradas desaprobaciones-.

Cuando Mariana le dijo que quería separarse fue mucho menor la sorpresa que cuando comenzaron a trascender los rumores de su nuevo compañero. En el barrio no se perdonaban los descuidos amorosos, y él sentía que la había descuidado. Aunque esa no era una definición precisa: no era a ella el único vínculo que él había desatendido descargando cajones de frutas y verduras, desde bien temprana la mañana hasta bien entrada la tarde. Sus amigos de la vida, la visita a sus siete hermanos y la ambición de ser un carpintero autónomo fueron sacrificios a los que también accedió para sobrevivir y asegurarle a Luz comida, algo de ropa y útiles escolares.

Por eso en noches como esas lo atormentaban pensamientos muy oscuros, y a pesar del alcohol que no lograba su pretendido efecto analgésico, apoyó la cabeza sobre sus manos llenas de lágrimas y pensando si alguna vez podría esquivarle a esa desoladora sensación que olía a futuro incierto, y ya había perseguido en estas tierras a sus padres y abuelos, se quedó dormido.


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Belén dejó caer placentera y pesadamente el último chorro de agua caliente sobre su espalda estrecha. Disfrutaba del baño como de ningún otro lugar de la casa, y para ella, desde hace tiempo, la ducha tenía una significación dual: por un lado, el tiempo relajado y necesario para desacoplar el estrés diario de su cuerpo; por otro, el espacio destinado para sus polvos más furiosos, recoveco de sus fantasías más variadas, nunca exentas de las dosis de amor bien recomendadas. Cavilando, secó su piel con minuciosidad hasta que el timbre repetido indicó que sus amigas estaban afuera.

Sus comidas de sábado al mediodía eran cita obligada. En general, repetían casa y menú, por lo que esta vez habían decidido dar un giro gastronómico y entre todas tirar un pedazo de carne a la parrilla. Su abuela le había dicho que nunca tenía que aprender a asar. Ella siempre recordaba este consejo como un resabio de machismo, una visión algo retrógrada que alejaba a las señoritas del fuego. Tiempo después intentó recuperar con más certeza aquellas palabras. "Nunca aprendas a hacer un asado. El día que lo hagas, ya no vas a tener el privilegio de que te cocinen, por lo menos los fines de semana", fue lo que más pudo traer del recuerdo del recuerdo, y ahora con un poco de bagaje en sus hombros contracturados encontraba en aquella frase una interpretación sorora, denotando que la única labor doméstica que los varones de la familia habían sabido encontrar con generosidad era al frente de las brasas.

La anfitriona daba las indicaciones y el equipo funcionaba coordinadamente. Paula y Eugenia avivaban las llamas moviendo a toda velocidad las últimas revistas rescatadas del cajón del mueble. Romina armaba una pirámide perfecta de carbones y Sofía condimentaba el prometedor pedazo de vacío. Un poco de alcohol le vino muy bien a cada uno de sus vasos y a la combustión incipiente. 

Belén tenía la habilidad de sentarse sobre sus talones en una silla. Mucho más que eso, ella pensaba que los mortales se dividían en quienes podían alcanzar esta posición sin sufrirla y quienes no. Lejos de pretender clasificar a las personas según su destreza física, ella consideraba que su postura -casi acrobática- era solamente abordable por aquellos y aquellas que tuvieran la suficiente soltura y libertad mental y que el cuerpo solamente era un reflejo de ello.  Desde su silla, con su torso inmutable, le pidió a Euge que le alcanzase la cuchilla gigante y negra guardada junto a los cubiertos.

Sus últimos meses habían sido turbulentos emocional y económicamente, y su principal efecto colateral era la consagración de su reciente novio en socio. En realidad, ella se encargaba de la parte contable de la verdulería céntrica mientras él, junto a algún ayudante ocasional, se encargaban de la atención al público y logística de mercadería. Belén era absolutamente consciente de que buena parte de su inversión habían tenido como destinataria a esa cuchilla importada que abría melones y zapallos con solo mirarlos fijamente. Por eso no le sorprendió la reacción de su estómago anudado cuando Eugenia no pudo dar con su paradero. Después de revolver todo infructuosamente,  y cuando lo único que quedaba de un asado espléndido eran cenizas, ella llamó a su incipiente compañero de proyecto comercial y amoroso. Él lamentó el extravío un poco más todavía. Porque sabía que implicaba una decisión inmediata para la próxima semana: tenía que optar entre comprar una nueva Tramontina  o contar con su último empleado informal. Y el filo resultaba imprescindible.

 

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Daba vueltas en su sommier, se quedaba mirando el ropero, el techo o la pared; cambiaba entre sus almohadas viscoelásticas. Pero no había caso. El sueño se había escurrido otra vez de su cuerpo. Había formulado diversas y rebuscadas teorías sobre su recurrente insomnio desde la adolescencia. Sin embargo, ninguna lo convencía. O más precisamente, ninguna le permitía identificar unívocamente el motivo de su vigilia, de modo de que fuera más sencillo erradicarlo por completo.

Gastón había dejado de leer textos complejos u oscuros antes de irse a dormir; había probado con un té doble de tilo, con un vaso de leche caliente, o medio de vino; había intentado ejercitar pausadamente su respiración, hacer actividad física tres veces por semana, llevar una vida sexual intensa, escuchar música con ondas delta. Siempre con el mismo resultado negativo. 

"El problema lo tenés ahí arriba", le decía su padre señalándole la cabeza, cuando los domingos intercambiaban el saldo de sus semanas y un virtuoso almuerzo. Gastón sospechaba de la razón de su padre, aunque se rehusaba a solucionarlo de un modo farmacológico. Sus propios limites en la automedicación le permitían un leve míorelajante en la más extrema de las situaciones. Por eso mismo, las madrugadas solían encontrarlo de pie, caminando -y siempre pensando- en su cómodo departamento.

A veces sentía a tal punto su pulsión por el control que pensaba que dejar los elementos de la cena sin lavar o la puerta abierta de un mueble eran enemigos de su descanso. Le dejaban una sensación de intranquilidad, de cosa sin terminar, de tarea pendiente para un mañana. Como si su cerebro le ordenase dar cierre a todo lo posible antes de permitirse descansar. Y Gastón se había decidido más a enfrentarlo que a obedecerle en el último tiempo. Así era entonces que las ollas se acumulaban en la bacha de su cocina, las compras yacían fuera de la alacena, la ropa adornaba las sillas de su habitación. Hasta que un día, cansado de no dormir, acataba dócilmente y comenzaba a poner las cosas en su lugar. 

Justamente, en una de esas noches, mientras su teléfono lo acompañaba con la bossa de Tom Jobim, que decidió hacer de la cocina un mejor lugar para vivir. Comenzó con los paquetes de galletitas dulces,  yerba y azúcar trasvasándolos a frascos coloridos. Siguió con las especias, que adquirían mejor color en sus exactos recipientes de vidrio, y cuando se topó con la bolsa de frutas y verduras que permanecía en la mesada desde la semana anterior, metió la mano sin notar que su dedo índice se toparía con un cuchillo gigante y afilado y le generaría un corte menor, pero suficiente para un insulto fuera de hora. Su piel ya había sanado cuando diez días después encontró tiempo para caminar dos cuadras hacia la verdulería.

La gloriosa

¿Dónde se guardan los recuerdos tejidos en el patio de una escuela?
¿Dónde duermen las enseñanzas que brotaban de cada aula?


Quizás sean nuestros oídos, dueños de tanto pasado idealizado, cada vez que se escucha la canción donde el azar nos reúne.
Tal vez sea en nuestras manos, víctimas de un rigor exagerado, por repetir arcaicamente tanta caligrafía técnica.

Podría ser en los bolsillos, como ese conjunto de monedas que se convertían en facturas, cada recreo de las 8:20.
Podría ser en los ojos, que alguna vez abrigaron esa ilusión adolescente, después de un inesperado cruce de miradas en el patio.

Se llevan, probablemente, en la mesa familiar cuando hermanos, madres y primos pueden hablar con desmesurado orgullo de «L'Industrial».
Vibran, eufóricos y desacompasados, en esos lugares donde nos lleva el andar y la amistad sigue siendo el lema.

Se llevan, una parte, en la sangre cuando nos reconocemos hijos de la educación pública de calidad.
Se mueven cuando el pecho se infla, al contar que un puñado de docentes logró frenar los embates menemistas, para que la escuela siga siendo técnica.

Van resonando, de a partes, en nuestras mentes, cuando recordamos esas palabras de algún profesor que se animaba a salirse del programa, y nos dejaba algún secreto para el camino a transitar.
Van rebotando en nuestro cuerpo todo, que en seis años sufrió las más drásticas transformaciones, dejando atrás la niñez para asumir la pertenencia a un mundo hostilmente hermoso.

Pero indudable y completamente, se alojan en el corazón cuando no es difícil recordar a un director que fue consultado sobre por qué no había denunciado ante la policía los desmanes que sus alumnos -recientemente egresados- solían realizar con creciente efusividad.
"¿Cómo podría hacer eso? ¡Son como mis hijos!", respondió Jorge Basílico.



Desde otros azules










No veo nada,
pero puedo sentir cómo la tarde
se acurruca en el cielo
y se tiñe de frío

Todavía difusas,
flotando sobre la humedad de la ciudad,
tus palabras me llegan
con colores compuestos.

Mis ojos no lo pueden observar,
pero percibo una gota,
que el aire ya no puede abrigar,
una gota que nace tímida,
y crece, lenta, hacia su destino inevitable.

Alertados, mis sentidos,
por tu cuerpo, que me inunda
con sus formas redondeadas,
con su olor a frutas frescas.

No veo nada,
salvo tu sonrisa,
que me llama
desde otros azules.

Sobre viajes y Libros



A veces tengo la sensación que viajar y leer son sinónimos.
Dos formas semejante de evasión elegante.
Dos maneras hermosas de sumergirnos en ficciones que endulcen las realidades.
Un libro es un viaje hacia el interior.
Un viaje un conjunto de páginas vacías que escribimos en primera persona, caminando por lugares nuevos, degustando sabores desconocidos.
Un viaje empieza cuando se imagina, pero no se termina mientras tenga anécdotas para entregar, subrayadas en sus páginas, resaltadas con fibrones de colores.
Cada jueves, las redes sociales están repletas de recuerdos viajeros. Afortunado soy porque los protagonistas y superhéroes de mis historias son, además, mis amigos.

Nombres Propios



Martina abrió la mesita de luz y sus dedos, todavía húmedos por la ducha reciente se movían rápidamente en el cajón. No encontró los aritos que buscaba, pero se conformó con unos enchapados en oro, apretó dos veces el dispensador del perfume contra su cuello, y salió rápidamente a la calle.

Apurada y desabrigada, como era su costumbre, revisó su teléfono varias veces durante las pocas cuadras que mediaban entre su casa y el Banco. Aunque llegaba tarde, tuvo tiempo de perturbarse con una oferta exhibida en la mercería anterior a la entidad financiera. Liquidación por cierre. Todo al Costo. Suspiró, y su suspiro fue más consciente que nunca, profundo a tal punto que necesitó el roce de otro peatón acelerado para volver en sí y continuar su rumbo. Eran tiempos díficiles (¿cuándo no lo habían sido en este bendito país?) y ella estaba decidida a firmar un crédito para completar la inversión inicial que necesitaba su nuevo sueño emprendedor.

Nadie sabe en un banco los miedos que esconden las personas que pacientemente se sientan a esperar su turno. Nadie indaga en demasía sus pensamientos, sus riesgos, sus ideas brillantes. Las camisas y corbatas que sus empleados lucen prolijamente están a tono con el preciso y ajustado rol que les fue conferido para ser un engranaje más de un sistema que funciona. Al menos para los Bancos. 'Balbuena' gritó una voz desde la línea de cajas.

Cada vez que Martína escuchaba su apellido, podía percibir cómo su pecho se expandía en el orgullo de identificarse con el mismo apellido que provenía de su madre, Marcela, y de su abuela Mercedes. Aunque bien sabía que los motivos por los cuales tres generaciones no portaban apellidos paternos eran más oscuros y abandónicos que románticos, prefería ver en las ocho letras que componían Balbuena las marcas de fortaleza y valentía con las que había crecido alrededor.

Se paró de inmediato, mostró los últimos papeles y completó el formulario final sin devolver la sonrisa protocolar recibida por el uniformado. Si era posible sentir alivio y peso al mismo tiempo, lo estaba experimentando.

Desde niña, cuando caminaba su madre la acompañaba de la mano por la peatonal santafesina, había advertido con notable inquietud cómo los bares, desbordados en murmullos futboleros y políticos, eran frecuentados exclusivamente por hombres mientras que las tiendas eran prácticamente territorio femenino, donde las charlas se resumían a la vida familiar de vendedoras y clientas. Cada vez que imaginaba su inminente local, estaba convencida que tal puesta en escena sería una forma de corregir ese pasado, su granito de arena por un mundo menos sexista.

Martina se consideraba una mujer creativa. 'Más creativa que mujer', se repetía sonriendo para dentro, intentando disimular sus treinta y cinco años muy bien llevados. Un lugar mediano, en el macrocentro de la ciudad, donde pudieran juntarse las líneas separadas de su infancia. Un espacio con estilo, donde se sirvan cafés nobles a un precio razonable, donde se intercalen libros con ferias de diseño artesanal, donde los diferentes emprendedores y emprendedoras de la zona encuentren su lugar para exhibirse. Estaba segura: la idea, tenía casi tres décadas de maduración en su cabeza. Y ahora que el dinero ya no era un impedimento, los frutos estaban, por fin, al caer.

Sus años en el oficio del marketing le habían enseñado que tan importante como crear algo era saber nombrarlo. Así lo había puesto en práctica con cada uno de sus tres novios, a los cuales se encargaba de rebautizar con el paso del tiempo, a través de algún apodo creado por ella, con la intención de dejar alguna marca indeleble, un punto trascendente en sus memorias. Entre esos pensamientos aquella noche fría de agosto la encontró desvelada. Después de armarse con un buzo deportivo, fue por un tilo a la cocina y encendió su computadora. Necesitaba un nombre.

Su cabeza navegó sobre mares de diversas ideas: ensayó con algunos lugares del mundo que había visitado y otros que anhelaba visitar; exploró exhaustivamente los personajes de sus novelas preferidas; repasó personalidades históricas que admiraba. Nada pudo convencerla sin embargo. Se desplomó en la silla, y cuando notó que volvía a amigarse con el sueño recordó los aros que no había encontrado durante la mañana. A pasos lentos volvió a su habitación. Esta vez, con más tiempo para revolver íntegramente el cajón y sus recovecos. Mientras se entrenenía redescubriendo joyería que hace tiempo no usaba, se topó con el anillo que su abuela le supo regalar algunos días antes que su castigado cuerpo la deje en paz. Se le dibujó una mueca de satisfacción en el rostro y retornó exaltada a completar su diseño.

Aunque siempre había detestado la Ferretería Los Gonzalez porque consideraba en su nombre la proyección narcisista de sus dueños; aunque no encontraba otra explicación para la Carnicería Donatti sino la falta de originalidad; aunque la Heladería Rodrigo le parecía una forma ególatra de denominar a un lugar comercial; aunque la autoreferencia no habían dormido demasiado en su almohada sopló sus manos para darles calor, volvió a mirar las iniciales inscriptas en el anillo y tipeó a toda velocidad:

MB. Tienda y Café. Un lugar para mujeres y hombres.

Dudas















¿Adónde van los mosquitos en junio?¿Adónde, el verano cada marzo?
¿Quién dibuja los pliegues del mar cansino?
¿Por qué Storni murió libre?
¿De qué colores son los recuerdos de la infancia?¿Cuántos libros leíste este mes?
¿Cuándo nos dejó de doler un tipo que duerme en la calle tapado de cartones?
¿Cómo puede ser Senador Carlos Menem?
¿Hay mayor placer que darse una larga ducha de agua caliente?
¿Por qué no siento tu perfume en mi remera?
¿Es el pasado un lugar inmutable o sus interpretaciones se mueven según las necesidades de cada presente?
¿Se escucharán los gritos de tu cuerpo cuando mis manos ya no los provoquen?
¿Es más real este mundo que el mundo de los sueños?¿En cuál te deseo más?

Aprendizajes












Descubrimos
que los viejos hacen largas colas todos los meses, para cobrar su flaca jubilación;
que tres de cada cuatro cobran la mínima,
que no usan las tarjetas
y que no tienen quién les dé una mano.

Destapamos
a las cárceles superpobladas, siempre del mismo estrato social, que les promete exclusión eterna;
a un sistema judicial que encarcela a  más de la mitad de los sospechosos,
aunque no tengan todavía condena.

Notamos
que los pobres viven hacinados, rodeados de su pobreza;
y que pagarán como siempre los mayores costos,
sanitarios y económicos.

Supimos
que entre los males, hay quienes siempre guardan
un poco más de codicia
para cuando la situación apremia.

Realzamos
toda forma de cultura, para llenar tanto vacío;
a los libros y a las ficciones, para evadir tanta realidad.

Reconocimos
que Estado se escribe con mayúscula,
que hacia adelante no se camina sólo,
y que el cuerpo es definitivamente político.

¿Cuánto tiempo nos llevará desaprenderlo?

Culpables




Ni el azúcar que nace oscuro,
ni el chancho que siempre comió las sobras
ni el opio que nunca quiso 
ser religión de los pueblos.

Ni los refugiados en sus pateras,
más abrigados de angustias que de ilusiones,
ni los pobres con su pobreza
en sus ranchos hacinados y olvidados.

Ni los obreros, de sus salarios adelgazados;
ni los mendigos, de su exclusión.
Ni los cincuenta y cuatro muertos en Once
ni los rockeros de Cromañón.

Ni los judíos en Alemania,
ni los árabes en Palestina,
ni Juana, de en la hoguera,
ni Alan, de la homofobia.

Ni las polleras cortas, 
ni  los pechos descubiertos
ni el derecho al goce mutuo
que se cuela en cada texto.

Ni las caricias clandestinas
empujadas por el viento
ni las formas de amor libre
que florecen en septiembre.

Ni tus ojos, ahora esquivos,
ni tu culpa en movimiento
ni el carmesí de tu boca 

que ya no se me despinta en mi del cuello.

A veces, la luna





















A veces, la luna
juega a pintarme la cara,
a ensuciarme en colores,
los pliegues que se resisten a ser arrugas,
con crayones desgastados.

A veces, la luna
mengua con acuarelas sus tardes,
me invita a bailar de a dos
y yo, que poco sé de las danzas
no me resisto a convidarle  mis manos;

A veces, la luna
se llena de fuerza femenina,
me hace un lugar en sus sábanas,
acaricia mis senderos,
tornasola mis seguridades,
y ya no puedo pedirle que se vaya.

A veces, la luna
crece desde los silencios,
me lee un cuento de Borges
que ansío poder terminar,
antes de caer en otro sueño.

A veces, la luna
desaparece nómade, ausente,
y yo viajo, lejos,
sólo para encontrarla dentro mío.

Ci sarà domani



Passeggero sarà questo tempo,
una parentesi tra due incontri,
Stantio, così tanta aria,
cambierà il suo colore teso.

Il sole ci colpirà in faccia,
e gli sguardi quarantenati,
si ridurranno in lacrime.

Riconoscerò il tuo tatto impaziente,
come qualcuno che non ha altro senso.
Il caffè e la pelle si scioglieranno di nuovo,
e per un po ' mi disseteranno .

Accovacciati, i tuoi baci,
mi aspetteranno nell'infanzia dell'autunno.
E sorrideremo sciatti,
con quel leggero rictus
che conferiscono solo
le precise proporzioni
di amore e piacere.

Dios Ameo



Siempre creí en Dios. Desde niño, naturalmente por imposición cultural y mandato. Dios representaba todo eso que no tenía explicación, una promesa de futuro feliz y eterno, los fundamentos para hacer el bien bajo su mirada examinadora y punitiva.

Las instituciones han hecho todo lo posible por alejar de la fe a las estratos sociales medios, a través de una espiritualidad escueta y sumisa, diseñada para otros tiempos. Y a pesar de todo sigo empecinado, tozudo, estoico. La culpa, el pecado, el machismo y la verticalidad eclesiástica sostienen, desde hace décadas, concepciones conservadoras en un contexto que pretende avanzar, discutir, ampliar e integrar.

Sin embargo, permanezco. Creo en Dios, con lo difícil y arriesgado de creer en algo. Creo en Dios y en los valores que se supone eso implica. Creo en un Dios que sintetice la totalidad de la especie; un Dios más colectivo que individual,  más terrenal que celestial; un Dios humanizado -¿quizás Jesús?-; un Dios que tema, se angustie y dude. Un Dios que sea sinónimo de libertad, donde el único dogma sea amar sin restricciones. Un Dios que no sea causa-juez de la moral, sino su consecuencia y testigo.

Un Dios padre, madre, hermano, hija, amigo, pareja, amante;
desjerarquizado y compañero;
para que los panes y peces se sigan multiplicando.


Coronavirus y la distribución de la riqueza



Para gran parte del mundo, el CoVid-19  se ha iniciado en las clases más altas de la sociedad.
Italia, el país más golpeado, tiene su epicentro en el norte más desarrollado.
Latinoamérica, completa, ha propagado su contagio a partir de quienes tienen la posibilidad de viajar a otras tierras más pudientes.
Desde hace un mes estamos en vilo tanto sanitaria como mediáticamente. Los países centrales nos suelen indicar agenda, esta vez con fundamentos marcados y ejemplos para no seguir.

Así, nos llegó la cuarentena para poner sensatez y freno anticipadamente, y evitar ser el espejo de los desbordes que todavía sufren sociedades más desarrolladas. Sin embargo, en nuestras tierras, el resultado de frenar la mayoría de las actividades es heterogéneo y puede llegar a ser crítico.
Mientras un grupo nos tenemos que preocupar por la higiene, la productividad a distancia, el ocio, y -con un poco de suerte- los cuestionamientos de un tiempo que nos sobra, otros miran el almanaque con desesperación: Empleadores que empiezan a hacer números con lápiz fino; Emprendedores sin mercado; Taxistas, con calles desiertas; Trabajadoras en negro, sin su mango semanal; Albañiles, Pintores, Plomeros que tienen que imaginar sus changas después de semana santa.

La teoría del derrame nos enseña que el capitalismo derrama riqueza desde arriba hacia abajo, aunque en la práctica, nos hemos cansado de comprobar que siempre fluye más rápido la malaria. Y en el sentido inverso.

¿Qué pasará, entonces, cuando el coronavirus llegue a los barrios populosos, donde las camas y los colchones se comparten más que los platos nutritivos?¿Qué sucederá cuándo los barrios que tienen servicios básicos deficitarios empiecen a contagiarse masivamente?¿Seguirá siendo preocupación mundial una vez que el coronavirus sea una enfermedad de pobres, y de muchísimos pobres?
¿Cómo se valorarán las muertes de los barrios humildes?¿Cómo las tratarán los medios?

Quizás hayamos tenido una primera respuesta el pasado martes, cuando en motines carcelarios -con fuertes argumentos sanitarios- murieron cinco presos en Santa Fe. Cinco! Por esas horas, los muertos en hospitales por la pandemia todavía no alcanzaban esa cifra. Sin embargo, nadie hizo hincapié en el dato y menos en considerarlos las primeras víctimas indirectas de un mal que nos aquejará largo rato.

Quizás, desde siempre, como planteaba Foucault, las cárceles sean también una forma de segmentación social.


Habrá mañana



Pasajero será este tiempo,
un paréntesis entre dos encuentros,
Viciado, tanto aire,
mudará su color tenso.

El sol nos dará de lleno en la cara,
y las miradas acuarentenadas,
se achinarán hasta hacerse lágrimas.

Reconoceré tu tacto impaciente,
como quien no posee otro sentido.
El café y tu piel volverán a fundirse,
y apagarán, por un rato, mi sed.

Agazapados, tus besos,
me esperarán en la niñez del otoño.
Y sonreiremos con dejadez,
con ese rictus ligero
que sólo confieren
las precisas proporciones
de amor y placer.

El fútbol son los padres




A veces tengo ganas de escribir de fútbol.
A veces, sobre mi viejo.

Es que todavía yo no sabía hablar, pero mis rodillas se flexionaban, descoordinadas, pretendiendo que mi pie alcanzara la pelota, y sus piernas me la devolvieran una y otra vez.
Es que crecí con la radio sonando a cualquier hora, con un periodista dándonos temas de conversación.
Es que una noche lo vi llenarse de seguridades y jugar a desambiguar mis dudas de infante, asegurándome que si yo cambiaba de color mi pasión, ya no viviría junto a él.

Bien él sabía que nuestro amor tenía forma redonda, y pentágonos cosidos.

Es que mirando fútbol lo escuché putear por primera vez, con un insulto vulgar y contundente, cuando Aquino erró un pase sencillo frente a Los Andes.
Es que, quizás, los espacios que no supimos completar, los tapamos con abrazos forjados a fuerza de goles, con lunes de puras tristezas deportivas.
Es que algunas tardes de domingo todavía siento el olor de la primera vez que pisamos juntos el Cementerio de los Elefantes.

Y es también que una cancha lo vi llorar como niño, y lloré con él.

Es el chori exquisito de dudosa procedencia;  es el galope de un corazón que ya le empezó a cobrar posiciones adelantadas.
Es nuestra manera de encontrarnos, y la de tantos otros, en una sociedad de paternidades heridas.

Es que a veces tengo ganas de escribir de fútbol.
Y a veces tengo ganas de escribir sobre mi viejo
Me llevó tiempo darme cuenta que eran una sola cosa.

Desnudeces




Cuando ya no hay más prendas,
asoma por sobre tus caderas exageradas
el azul de tu alma,
balanceándose en sintonía fina.

Y se filtran en la noche,
por tu cuerpo despojado,
tus historias, los caminos,
las victorias, tus tristezas.

Generosa, tu piel,
concede que sus miedos taciturnos
broten en manantiales
y acompañen hasta el naufragio
nuestra coincidencia inevitable.

Mis yemas, que van jugando
a repasar lentamente tus rincones,
se encuentran también con tu infancia,
dibujan en tu vientre ilusiones adolescentes,
se quedan detenidas en un viejo amor.

Los pliegues de tus piernas le hacen un lugar a mis ojos,
Y se topan además con tus libertades,
Se enfrentan con un cómplice secreto
Y burlan aquel dolor remanente,
Que infructuosamente pretende desdibujarte la sonrisa.
Y te veo tan mujer, y tan niña.

Ese mundo de iguales;
La utopía feminista;
Todos los sueños que te forjaron
nacen, asimétricos, desde tus hombros,
Toman forma en tus pechos tensados.

Porque nadie puede desnudarse
sin desnudarse por completo;
Porque dos no pueden encontrarse
sin encontrarse íntimamente,
me dispongo a desvestirme yo
y caminar hacia tu encuentro.