Envidia Sana

Convengamos que es una expresión de mierda. Un oxímoron gramatical. Deberíamos resistir tenazmente a combinar palabras como quien combina una camisa a cuadros con una bermuda de baño.

El adjetivo sana denota armonía, equilibro, intregridad física, psíquica y emocional. La envidia no tiene nada de esto. En pos de un deseo de lo ajeno, emergen nuestros sentimientos más viles.

Algunos argumentan que envidiar sanamente es relativo al objeto deseado sin desmerecer a quien tiene la fortuna de poder realizarlo. Y así supuestamente envidiamos sanamente un viaje, o un auto por ejemplo, sin un dejo de maldad. A mí no me cierra.

Envidiar sanamente es quizás una de las tantas formas de simplificar algo que, o bien no se envidia realmente, o bien no sanamente. Dos cadenas de letras condenadas a expresarse de forma consecutiva para decir sin decir.

Envidiar sanamente es Papá Noel. Algo que necesitamos recrear cada vez para reconocer, de modo romantizado, la contradicción de nuestros pensamientos.

Envidiar sanamente no existe.

Hasta que doblo la esquina, y me sorprende un muchacho -de unos treinta, cuarenta y pico - conversando y caminando a paso lento, estrechando el brazo de quien pareciera ser su madre. 

Y me resigno a envidiarlo. Profunda y sanamente.