Dos calandrias




Pensaba que era el sol de las cinco. Los veranos nos llevan a esa idealización climática, a creer con fe casi ciega en la duración de los días, en la utilidad de las noches. El truco era recurrente cada año. Me sabía conocido y engañoso ese adolescente olor a vacaciones que deambula por la ciudad. Por eso, mientras juntaba las facturas y sumaba con puntillosidad las cuentas pendientes, no debí confiar en que era la luz de su piercing lo que me inquietaba, cada vez que el calor de la tarde se filtraba por el balcón, dándole de lleno en la nariz.

Había sospechado de la armonía. Las seguridades siempre me hicieron ruido: ese lugar común donde nada vale la pena discutir, una forma de regresión a la niñez. Sin embargo, la combinación que entregaban su pelo recién bañado golpeándole la espalda y su perfume en cantidades imperceptibles me colocaba del lado de los mortales. Por eso, creí erróneamente que tal simbiosis era la responsable de mis cavilaciones, mientras juzgábamos que el último aumento semestral nos obligaría a una pronta mudanza.

Caminábamos juntos desde largo rato, convivíamos hace dos monoambientes. Por eso, no debí acusar a sus ojos, cuando se fijaban en el cielo o en el techo del dormitorio, arañando alguna duda. No era apropiado adjudicarle culpabilidad a su brillo, tierno y triste, cada vez que buscaba la razón de mi perdición por ella.

Las sábanas y las acuarelas renacían azules esas mañanas en que el amor hacíamos y deshacíamos, en que los cuerpos se fundían y sublimaban. Tenía sobrados elementos para interpretar que eran sus manos, inquietas y colonizadoras, que recorrían mi todo, despejando cualquier preocupación. Así y todo, no debí tampoco acusarlas de mi empacho de romanticismo.
Había decisiones, aparentemente triviales, que había que tomar a diario. Nadie podría imaginar que calentar el café a fuego directo fuese sustancialmente distinto a hacerlo en el microondas. Sin embargo, yo estaba convencido: esos segundos de diferencia en alcanzar la temperatura deseada, esa insignificante variante del sabor que asignaban una y otra forma de prepararlo, ese sonar de un hervor natural, o el timbre de un aparato radiante condicionaban y modificaban irreversiblemente el resto de nuestro día. Si una inofensiva infusión podía descalabrar cualquier predicción de nuestros humores, cuán trascendente podría considerarse la elección del barrio donde asentarnos.

Fue, precisamente en un desayuno, donde encontré la verdad. La suya y la mía. Fue mientras me preguntaba si nos convendría despertarnos y asomarnos por la ventana a la Estación Belgrano, o tal vez, amanecer cada día en la costanera con el resplandor de la Setúbal, o seguir eligiendo el centro, tan ruidoso y cercano. Fue mientras la veía vestirse, todavía somnolienta. Fue segundos antes de que se sentase enfrente mío a compartir unas tostadas y un día más de vida. Ahí lo descubrí: era su rictus. La expresión que partía de la comisura de sus labios y levantaba vuelo hacia sus mejillas ahora se me presentaba reveladora, transparente. Aquella liviandad con que caían todos los pliegues de su cara, más relajada que cansada, me revelaba, por fin, todos sus misterios.
Fue después de un imprevisto beso sobre mi sien, cuando al fino olor de la mirra convertida en sahumerio se sumó la templanza de su voz.
"Somos afortunados, Nico. Como dos calandrias; nómades en el siglo veintiuno; podemos elegir dónde vivir. Y eso no es poco", dijo.

Un mes más de vida para el Che


"Dijo El Che legendario, como sembrando una flor:
al buen revolucionario sólo lo mueve el amor"
                                 Silvio Rodriguez, Tonada del Albedrío.


Faro de los postergados, Ernesto Guevara, nació antes de nacer. Destinado a contrariar los poderes económicos y morales, tuvo la osadía de ser hijo prematrimonial.

Sus padres, miembros de la aristocracia porteña, huyeron a Rosario, donde un médico amigo falsificaría su certificado de nacimiento, para que nadie sospeche del imperdonable pecado del amor temprano.

El Che, aunque nació un 14 de mayo, fue declarado sietemesino e inscripto exactamente un mes más tarde. Así, el mundo que buscó transformar, quiso compartir con él un otoño más que la historia oficial.