Apalabrados


En Brasil

se puede preguntar ¿Qué horas son?.

Los novios están necesariamente namorados.

Estar enamorado significa estar apaixonado

y algo que está demais, no está claramente de más.

No es un error hablar con artículos delante de sustantivos propios, 

por lo que  El Gustavo y La María son siempre bienvenidos.

En Brasil, es más fácil que el amor sea un puente,

porque puente es femenino.


En el idioma Alemán, 

existieron desde siempre 

palabras que no se autoperciben dentro del
sexismo binario.

La luna y el sol siguen encandilados uno por la otra.

Mientras ella ilumina los días, 

las poetisas y los poetas noctámbulos le escriben a Der Mond,

siempre seductor entre cráteres y bigotes.


La letra jota, tal como la conocemos y pronunciamos

no existía antes de que los árabes la impregnen en España.

También en la gran mayoría de palabras que comienzan con la raíz Al-

sobreviven los musulmanes expulsados de su patria hace cinco siglos.


Un'estate italiana

fue escrita para todos los tiempos.

Los sueños de una generación, 

condensados en el sentimiento más trivial y profundo,

resumidos en una sinfonía con esquirlas de guerra fría.

Un canto utópico y nostálgico 

no podría haberse nunca compuesto en los años noventa

si el verano fuera masculino para los italianos.


Quizás cuando nos fue concedido por un Dios

el derecho a nombrar las cosas,

creímos que esto nos hacía dueños

de las cosas y también de las palabras.

Quizás ignoramos que éstas nos anteceden.

Quizás Dios tenga algo que ver con las palabras.


San Cayetano


El chijete que se iniciaba en la puerta mal enmarcada le besó la frente y se adelantó al despertador previsto para las 6:15. Todavía con los párpados pegados, caminó descalzo hacia la habitación que compartían sus hijos e hijas y les dio la orden -siempre indiscutible aunque el invierno se resignase a abandonar el cubículo de chapas y ladrillos- de alistarse para ir a la escuela.

David abrió la garrafa y le dio fuego a la pava que sería fuente de mates para él, y mates cocidos para el resto de la familia. En una heladera donde sobraba frío, encontró el azúcar y cargó de falsos nutrientes las cuatro tazas.

La bocina de su compañero de obra lo sorprendió con el cigarrillo a medio terminar. Dio una última pitada profunda, consciente de la necesidad de despertarse del todo y de disfrutar también del único tabaco diario que la economía permitía.

Hasta el mediodía el tirón se hacía sencillo. Prefería las descargas del camión de ladrillos, la preparación de la mezcla y el armado de pilares. Él creía que la rutina lo salvaba de pensar. Pero si alguna preocupación lo avanzaba intentaba trabajar cerca del ruido de las mazas que picaban paredes y aturdían cualquier interrogante que un ayudante de albañil se permitiera indagar. La semana próxima estaba anunciada lluvia y David no quería siquiera imaginar cómo navegaría entre el barro y las cuentas flacas.

Recién durante la interminable espera del colectivo para regresar,  sus tripas le reclamaban atención que él sabía soportar. Aunque a veces, casi clandestinamente, cambiaba los mil pesos recién cobrados para que una factura de hoy, abultada de dulce de leche, se deshaga en su boca.

Cuando sus hijos lo veían desde lejos acercarse caminando al barrio dejaban la pelota, el celular  y los sillones para entrar raudamente a la casa, donde simulaban retomar las tareas escolares pendientes. David sentía que era necesario decirlo una vez más: 'Sigan así, hasta que no terminen la escuela acá no vienen con ningún novio o novia'.

Si Nadia volvía tarde de la casa donde trabajaba, era él quien mezclaba las verduras con arroz o fideos. El guiso y la televisión  los acompañaba cada noche. A excepción de algún partido de Boca,  no encontraba nada interesante para ver y para entretenerse dejaba sintonizado algún debate en los canales deportivos o políticos. Se iba a dormir con una sensación extraña y molesta en el estómago cuando escuchaba decir a señores muy bien trajeados que se había perdido la cultura del trabajo.