Gustavo Farabollini: Un tipo audaz











¿Se puede, en estos tiempos , vertiginosos e insustanciales, ser historiador,
tener a cargo el devenir informático del Ministerio de Gobierno de la Provincia,
ser docente universitario de grado y posgrado en dos universidades, y escritor
a la vez? ¿Se pueden resumir tantas vertientes del saber en una sola persona?


Gustavo Farabollini era todo eso, y un poco más.
Idealista, aplomado y seductor nato. Tenía la virtud de no exaltarse al hablar,
de convencer con argumentos. Perceptivo y sensible, no dudaba en dudar.


Sus últimos años lo conectaron íntimamente a su pasión literaria. Dictaba
talleres y escribía a caudales. Su libro más reconocido fue un verdadero puente
para las almas. Porque su novela es, además, un excelente documento histórico,
fruto del trabajo de una investigación que lo obligó a remover aguas viejas y quietas.


No puedo adjudicarme haberlo conocido en detalle pero tengo que la certeza
de que tipos como éstos se nos pasan, se nos escapan. La mediocridad en que
solemos vivir los invisibiliza. Alienados por el laburo, embobados por los opiáceos
que el mismo sistema nos ofrece, nos refugiamos en el fútbol, el celu o las series;
ignorando los artistas que nos rodean, desperdiciando tanto talento cercano. Me pasa
lo mismo cuando veo en algún escenario al Chino Mansutti, Sofía Kreig, Juane Voutat
o Florencia Minen, y siento que estamos rodeados por ríos de cultura, y no sabemos nadar.


Navegando esos torrentes se fue Gustavo, un inspirador. Nos queda su obra, que no es
poca cosa.

En el último mensaje que le escribí le conté que me había decidido a participar de un
concurso literario. Él sabía que yo era un escritor más voluntarioso que metódico;
más tozudo que técnico; que mi vuelo era todavía raso. ‘El mundo es de los audaces’
me contestó. No llegué a contarle que gané el primer premio.



Cada vez que te vas





 
Tu perfume danza en una estela
que mis manos buscan y no alcanzan.

Pensativos y oscuros,
tus ojos se quedan un rato más,
escrutando los míos.

Contra el temblor de mis dedos, 
tus manos siguen pulseando;
y recrean nuestras formas
a su imagen y semejanza.

Me persigue entre los libros
la inercia de tus besos;
me invita a pisar los caminos,
más sublimes y perversos.

Tiene el color de tu voz.
la lluvia que suena en la chapa,
furtiva, como las coincidencias.

Tu cuerpo de cristal,
permanece intacto.

Cada vez que te vas

Tu cuerpo volvió una noche


Y se alzó por los peldaños de los ocasos;
Y se sublevó contra el tiempo.
Y arrebató de los rincones, las certezas.
Y cerró todas las puertas entreabiertas, azuladas.
 
Lo soplaron las mieles de un calor espeso,
lo transformó la brisa, al convertirlo en lluvia.
Lo trajo la humedad de noviembre,
lo buscó, tanto, un deseo.

Y desgarró mis seguridades;
Y se hamacó suave, en los resortes del silencio.
Y sus manos se hicieron alas, que volaron hábilmente
Y la oscuridad supo, también, hacer puro lo imperfecto.

Los despojos de las dudas lo empujaron entre las sábanas,
las preguntas, sin respuestas, no alcanzaron a reconocerlo;
las contradicciones de los dioses mentaron este reencuentro.
Fui testigo de su carne, testigo soy de su verbo.

Y el compás de su latir se acopló a mis enredos.
Y el perfume de su sexo se adueñó de la habitación
Y navegó, convencido, hasta el naufragio inevitable.
Y entre melodías pasajeras, apagó todas sus luces.

Tu cuerpo volvió,
y se fundió con la noche;
fueron ya una sola cosa,
y nunca más amaneció.

Misa Negra



Ni bien terminó el partido, me di cuenta que la derrota no me había dolido como lo hubiese imaginado unas semanas atrás.
Pensé que los dolores reales, producto de las ausencias que la vida propicia, estaban tapando en mí la amargura deportiva.
Pero con el correr de las horas, cuando de a poco nos fuimos soltando, noté que a muchos nos pasaba lo mismo.

Estas horas tuvieron un desborde de mística, una energía propia de las religiones, de los grandes recitales.
En tiempos de tanta división estéril, sigue siendo un milagro que el fútbol tenga la capacidad de acompasar tantas almas.
Y encontramos en las canciones y en las banderas ese grito común de agradecimiento para los que nos forjaron las pasiones;
esa conexión con los que ya no están.

Porque un estadio de fútbol sigue siendo uno de los pocos lugares donde se abraza a un desconocido, o donde lo podés ver llorar a tu viejo,
ojalá todos los que aman este deporte tengan la posibilidad de vivir lo que sentimos estos días.

Señora de las 9 décadas





















Dicen que cuando yo tenía unos meses, y mis viejos se iban a laburar a las seis de la mañana, me dejaban dormido, en su casa, para que ella y mi abuelo empiecen a hacer de mí un niño sobrequerido.

Dicen que cuando nos fuimos a vivir a Buenos Aires, eran ellos los que se tomaban el tren a Miguelete para que los ruidos de la gran ciudad nos aturdan menos.

Dicen que cuando orillaba mis once años, por las tardes me bajaba en su casa después de practicar fútbol, para merendar mermeladas caseras, mientras los caballos corrían carreras en Crónica TV.

Dicen que mi primera adolescencia me encontró los fines de semana durmiendo con ella, cuando el abuelo se fue y había que ahuyentar los miedos.

Dicen que las empanadas de carne no podían faltar, ni las torrejas, ni los buñuelos. Que pasar por la casa de la abuela era siempre una bendición al paladar.

Dicen que para cada materia de la facultad, sus oraciones me empujaron; que para cada malestar estomacal, su receta de limón con azúcar; que entre cada mate, un verso tiene para recitar.

Dicen de su pelo blanco, de su andar ya lento. Dicen de sus tangos, de su sonrisa imborrable, de sus ojos verdes.  Dicen que hoy cumple noventa años, y los lleva con estilo. Dicen que carga un dolor, un dolor que compartimos.

Digo que todo es verdad, y espero devolverle a la vida tanto amor recibido.

Cinco vacíos

 
Mientras Maradona volvía, una vez más,
mientras el fuego del domingo se prendía,
mientras la selección de básquet alcanzaba un mundial histórico,
cinco mujeres fueren asesinadas.

Los amigos se juntaron,
el sol calentó un poco más,
las mesas olieron a familia,
pero cinco de ellas ya no están.

El viernes se hizo lunes,
el descanso no alcanzó,
la rutina volvió a su lugar
y nos faltan cinco mujeres.

Cielo, Navila, Cecilia y Vanesa.
Un cuerpo joven por identificar.
Cinco femicidios en un fin de semana.
¿Hasta cuándo lo vamos a tolerar?

Colón irritable


El fútbol es, hace tiempo, el lugar donde los argentinos nos expresamos de manera más pasional. Alentamos, aguantamos y, por supuesto, somos exitistas al extremo.
En general, creemos que tenemos todo para ganar. Pecamos de optimistas, ignorando que en el fútbol -como en la vida- se pierde bastante a menudo. Y cuando se nos rompe esa ilusión, que tiene una necesaria y sana dosis de infantilismo, nos topamos con la realidad. Pasamos entonces, al segundo paso de nuestra histeria: el momento de buscar culpables.
Siempre nos queda más a mano acusar a alguien, responsabilizar a un otro por el objetivo no cumplido. Es pensar, nuevamente con ingenuidad, que cambiar una ficha moverá todo el tablero.
Así, cada vez que los resultados no acompañan, queremos ver sangre. Alguien tiene que pagar los fracasos, y a menudo se abortan procesos que estaban aún por nacer.

Las discontinuidades son un patrón en nuestro fútbol, que expulsa técnicos como un cuerpo que no puede procesarlos, una sociedad irritada que no tiene los tiempos para digerir pacientemente.
En este sentido, es muy curioso lo que sucede con Colón. Su entrenador lleva conseguido casi el 50% de los puntos es disputa. No es una cifra que muchos entrenadores puedan ostentar. Y si bien el equipo se cae en la tabla de promedios, Colón está por primera vez en su historia a 3 partidos de un título internacional. Es cierto que en el año 98 el club jugó semifinales en la copa conmebol, pero también lo es que tuvo que sortear solamente dos rivales para llegar a esa instancia.

Por otra parte, Colón llegó a octavos de final de la copa argentina, alcanzando su mejor actuación desde que la copa se reeditó.
Estamos pisando el mes de Septiembre y solamente dos clubes pueden jactarse de estar jugando triple competencia: el rojinegro y el multicampeón River.

En tres semanas se jugará, quizás, el partido más importante de la historia en el Cementerio de los elefantes, y resulta increíble que todos nos estemos encargando de no disfrutarlo, de no prepararnos como corresponde.
Si Lavallén dejase su cargo, vendría otro entrenador que diría que no ha elegido estos jugadores, que necesita tiempo para trabajar y volveremos a empezar, a dar vueltas en círculo, cometiendo además una gran injusticia con quién nos colocó en este lugar con sólo cinco meses al frente del plantel.

Es tiempo de sostener, de ser predecibles. No se puede vivir en el vértigo y el frenesí. Al menos si se pretende sinceramente no repetir errores. Debemos estar todos a la altura de una instancia tan importante. Jugadores, Dirigentes, Cuerpo Técnico, Medios de Comunicación e Hinchas. Es momento de sumar, de contribuir cada uno desde su lugar, para vivir de la mejor forma un momento único del fútbol santafesino.
El domingo tiene que reventar la cancha, y más allá de lo que suceda, el Mineiro nos tiene que encontrar unidos.

Es tiempo de alentar hasta el cansancio. Este 2019 la música todavía suena y no sabemos cuando nos van a prender las luces porque la fiesta se empiece a terminar. Ya habrá tiempo para sufrimientos. Mientras tanto, que Colón sea todo el año carnaval.

Miradas



El albañil, la espalda dura.
Las manos blancas de la cal.
El agua fría, esperándolo en la ducha.
¿Hay lugar en su balde para sueños de mares?
¿Hay espacio en sus hombros cansados para playas de arenas blancas?

Dos nenas, rogando monedas en cada semáforo.
Sus manos jóvenes, ya zurcadas por la tierra y la desigualdad.
Su pelo, desprolijo, golpeándoles la cara.
Un paisaje sin pelotas, ni muñecas.
La mirada esquiva, ausente.
Verde de nuevo.
¿Qué flores podrán imaginar para colorear sus jardines?
¿Quién les hará escuchar a María Elena Walsh?

Ella camina con bastón blanco,
espera largos minutos a que le cedan el paso,
tropieza con cada baldosa rota, y con tanta indiferencia;
en cada esquina choca con la ausencia de rampas y solidaridad.
¿Sería mejor que viera en qué estamos ocupados?

El viejo que se muere en un asilo,
perfuma su pañuelo, mientras sintoniza la radio todas las mañanas;
solo se duerme, solo se levanta.
¿A qué valor llega su riesgo país?
¿Le interesa a cuánto cotiza el dólar hoy?

20 de Julio



Ni se te ocurra pensar que, por estas horas, te voy a escribir para rendir honores a eso que llaman amistad, el más puro de los rótulos.

Ni se te ocurra pensar que voy a encuadrar nuestra relación para que se regocijen los que se creen dueños del marketing y las fechas comerciales.

Ni se te ocurra pensar que las palabras alcanzan; y que las voy a usar para definir y así limitar lo que cada día tiene un color nuevo.

Ni se te ocurra pensar que le voy a poner un título, para que los demás comprendan lo que, a veces, nosotros no podemos.

Ni se te ocurra pensar que voy a categorizar, a enmarcar cada abrazo, cada minuto compartido.

Ni se te ocurra pensar que tiene un nombre conocido, eso que nos une cada vez que se te cae una sonrisa, y me desborda; o cuando una desubicada lágrima se atreve a dejarse ver y me desespera.

No, ni se te ocurra pensar que las letras pueden explicarlo.

Ni se te ocurra pensar que deseo algo distinto a que hoy, como siempre, vivas el más feliz de los días.


Érase una vecina



La vecina tiene claras
la mirada y las ideas;
Retumban sus pies en el cuarto piso,
y adonde quiera caminar.
Cuando le plantan certezas
ella abriga la psicología,
y elige, profundo, socavar.


Compañera en el vino,
es experta en maridar:
cincuenta kilos de libertad
y una pizca de cordura.
Ingenuo quien quiera erigirse
monopolio de su cintura.



Y si se acercan nubes densas,
mantené tus pestañas alertas
Una explosión en el cielo
puede llevarte a su puerta.

A la vecina le brillan los ojos
y las convicciones,
Su piel se tensa en armadura y refugia
un alma tierna de intensas emociones.
Y aunque la pretendan cercar
ella se sube a la sociología
y prefiere, lejos, cabalgar.

Está siempre enamorada,
el espejo le da motivos,
la cámara la razón.
Bendito quien pueda ungirse
compañero de su corazón.

Pero si la noche se cierra, profunda
demorá un poco el descanso,
un tronar y sus latidos
pueden llevarla a tu remanso.








Mariposa de invierno



Caminabas de prisa,
renovando el incienso;
los relojes puntuales
nunca fueron tu acento

Mi palabra, tu risa: magia de los encuentros;
aires verdes soplaban, empujaban lo nuevo,
alma inquieta y sorora, cuna de los misterios;
un dolor y un Lacán te llevaban tan dentro.

Remolino de dudas,
Mariposa de invierno,
no recortes tus alas
porque nada es tan serio.

Añoradas se quedan
las infancias perdidas;
la quietud de los sueños
que se quede dormida

No le cuentes a nadie el secreto del tiempo,
permanezcan ocultos los licores del viento;
yo prefiero saber que me abrazan tus ojos,
y la redondez de tus hombros perfectos

Nubarrones de angustias
Mariposa de invierno,
no detengas tu vuelo
lo que no sobra es tiempo.

La cumbia emancipadora: resistida, resistente y cooptada

















Los '90 nacían y cada fin de semana en canal 13, Pipi Rivero presentaba 'Musicalísimo'. La movida tropical ingresaba a la pantalla chica y a las clases medias. Como el buen café, llegaba desde Colombia hacia las principales ciudades de nuestro país.
Durante mucho tiempo la cumbia fue 'musica de negros'. Los boliches y las radios se diferenciaban entre quiénes la pasaban o no, segmentando siempre sus públicos, tal como las reglas del mercado lo indican.

De fuerte arraigo machista y popular, el sonar de los timbales siempre estuvo emparentado con la diversión y la lírica de bajo vuelo. Sucede, a menudo, que los fenómenos resistidos y marginados se transforman en resistentes.
Entre fines de esta década y comienzos de la siguiente tomarían vuelo dos sucesos disruptivos con los patrones precedentes.

En el año 1998,  y a puros tempos cumbieros, cobraba fama el primer grupo de música gay. Aunque el color y la sobreactuación le otorgaban sesgos de burla a 'Los Sultanes', la banda fue rápidamente adoptada por el colectivo homosexual. Así, las históricas composiciones hombre-mujer daban lugar a desamores y traiciones entre varones.

Al compás de la crisis de 2001, hizo mella una nueva vertiente: la cumbia villera. Con origen en el conurbano bonaerense, las voces de los postergados irrumpieron desnudando las tranzas político-policiales. Una cumbia 'de clase' se enalzaba y se apropiaba de las pasiones de los sábados.

Fue el mismo sistema que les hizo lugar el que encontró cómo encausarlos y -naturalmente- limitarlos. Los nuevos exponentes de los barrios bajos deberían cargar con las identificaciones y estigmas que trascienden al ámbito musical. Así, por ejemplo, lo sugiere ser 'un wachiturro', con cortes de pelo y vestimentas afines; o también 'El Villano', con serios problemas para pronunciar correctamente algunas consonantes.

El capitalismo puede convertir al Che Guevara en una remera muy vendida. Y aunque se hagan denostados esfuerzos por europeizar nuestros gustos, las clases medias también sueltan sus piernas cuando los ritmos caribeños se hacen escuchar. Esta peculiaridad, otrora incómoda, fue considerada una oportunidad comercial. Fue así que en los últimos años, la cumbia dejó de ser cantada en exclusividad por los desprolijos pelilargos, ex-convictos o pueblerinos. La 'cumbia cheta' es interpretada por jóvenes perfectamente estereotipados en elevados niveles de belleza y clase social, y dirigida a los grandes centros urbanos para ser consumida como un producto de laboratorio más. Y que haga menos ruido.

La bahía todavía respira erotismo feminista


Anaïs Nin, tal vez francesa, tal vez estadounidense. Escritora, con seguridad.

Anaïs Nin, quizá incestuosa, quizá bisexual, quizá adúltera. Certeramente, libre.

"Desprecio las proporciones, las medidas, el ritmo del mundo ordinario. Me niego a vivir en el mundo ordinario como mujeres comunes. Para entrar en relaciones normales. Quiero el éxtasis. Soy una neurótica, en el sentido de que vivo en mi mundo. No me ajustaré al mundo. Estoy ajustada a mí misma."


Anaïs Nin, un poco díscola, un poco errante. Totalmente pura.

"Yo sólo creo en la embriaguez, en el éxtasis, y cuando la vida ordinaria me atormenta, escapo, de una manera u otra. No más paredes."


Anaïs Nin es la madre del erotismo femenino. Mientras el siglo XX corría y su vida escribía tantas páginas sexuales como su obra, la niña que había sido se convirtió en mujer escritora amante de la psicología. Su costumbre fue cuestionar primero, para transgredir después. 

 "Quiero que mi erotismo se mezcle con el amor. El amor profundo que uno no experimenta a menudo...El amor nunca muere de una muerte natural. Se muere porque no sabemos cómo reponer su fuente. Muere de ceguera, errores y traiciones. Muere de enfermedades y heridas; muere de cansancio y de marchitamiento."

Con el arma de su tinta, excavó los roles de la mujer en la familia y en la sociedad, demolió el amor heteronormado, y dejó fluir mente y cuerpo por las aguas de la pasión y la intensidad. 

En la Bahía de Santa Mónica se esparcieron sus cenizas y sus memorias. Todavía puede respirarse el calor de su perfume emancipador.

 
 

La palabra Justa



Paco Urondo, poeta invencionista y santafesino.
Buscando 'la palabra justa' fue asesinado en la última dictadura militar, un 17 de Junio de hace 43 años.
Tiempo antes, detenido en la cárcel de Villa Devoto, nos regaló -para siempre- estas palabras.

33




Siempre me llamó la atención esta foto. 

Uno recibe los recuerdos de la niñez en tercera persona: se miran las imágenes, se analizan, se interpretan inmodificables.

Ese hotel en Córdoba; el olor a familia; la mano de mi viejo conteniendo mi todo; un verano sin heridas; la frescura de mi mirada.

Mucho más me sorprendí hoy, al descubrir sin querer, que mi viejo tenía los 33 años que hoy tengo yo. Los mismos, y tan distintos.

Feliz día viejo!

Dos calandrias




Pensaba que era el sol de las cinco. Los veranos nos llevan a esa idealización climática, a creer con fe casi ciega en la duración de los días, en la utilidad de las noches. El truco era recurrente cada año. Me sabía conocido y engañoso ese adolescente olor a vacaciones que deambula por la ciudad. Por eso, mientras juntaba las facturas y sumaba con puntillosidad las cuentas pendientes, no debí confiar en que era la luz de su piercing lo que me inquietaba, cada vez que el calor de la tarde se filtraba por el balcón, dándole de lleno en la nariz.

Había sospechado de la armonía. Las seguridades siempre me hicieron ruido: ese lugar común donde nada vale la pena discutir, una forma de regresión a la niñez. Sin embargo, la combinación que entregaban su pelo recién bañado golpeándole la espalda y su perfume en cantidades imperceptibles me colocaba del lado de los mortales. Por eso, creí erróneamente que tal simbiosis era la responsable de mis cavilaciones, mientras juzgábamos que el último aumento semestral nos obligaría a una pronta mudanza.

Caminábamos juntos desde largo rato, convivíamos hace dos monoambientes. Por eso, no debí acusar a sus ojos, cuando se fijaban en el cielo o en el techo del dormitorio, arañando alguna duda. No era apropiado adjudicarle culpabilidad a su brillo, tierno y triste, cada vez que buscaba la razón de mi perdición por ella.

Las sábanas y las acuarelas renacían azules esas mañanas en que el amor hacíamos y deshacíamos, en que los cuerpos se fundían y sublimaban. Tenía sobrados elementos para interpretar que eran sus manos, inquietas y colonizadoras, que recorrían mi todo, despejando cualquier preocupación. Así y todo, no debí tampoco acusarlas de mi empacho de romanticismo.
Había decisiones, aparentemente triviales, que había que tomar a diario. Nadie podría imaginar que calentar el café a fuego directo fuese sustancialmente distinto a hacerlo en el microondas. Sin embargo, yo estaba convencido: esos segundos de diferencia en alcanzar la temperatura deseada, esa insignificante variante del sabor que asignaban una y otra forma de prepararlo, ese sonar de un hervor natural, o el timbre de un aparato radiante condicionaban y modificaban irreversiblemente el resto de nuestro día. Si una inofensiva infusión podía descalabrar cualquier predicción de nuestros humores, cuán trascendente podría considerarse la elección del barrio donde asentarnos.

Fue, precisamente en un desayuno, donde encontré la verdad. La suya y la mía. Fue mientras me preguntaba si nos convendría despertarnos y asomarnos por la ventana a la Estación Belgrano, o tal vez, amanecer cada día en la costanera con el resplandor de la Setúbal, o seguir eligiendo el centro, tan ruidoso y cercano. Fue mientras la veía vestirse, todavía somnolienta. Fue segundos antes de que se sentase enfrente mío a compartir unas tostadas y un día más de vida. Ahí lo descubrí: era su rictus. La expresión que partía de la comisura de sus labios y levantaba vuelo hacia sus mejillas ahora se me presentaba reveladora, transparente. Aquella liviandad con que caían todos los pliegues de su cara, más relajada que cansada, me revelaba, por fin, todos sus misterios.
Fue después de un imprevisto beso sobre mi sien, cuando al fino olor de la mirra convertida en sahumerio se sumó la templanza de su voz.
"Somos afortunados, Nico. Como dos calandrias; nómades en el siglo veintiuno; podemos elegir dónde vivir. Y eso no es poco", dijo.

Un mes más de vida para el Che


"Dijo El Che legendario, como sembrando una flor:
al buen revolucionario sólo lo mueve el amor"
                                 Silvio Rodriguez, Tonada del Albedrío.


Faro de los postergados, Ernesto Guevara, nació antes de nacer. Destinado a contrariar los poderes económicos y morales, tuvo la osadía de ser hijo prematrimonial.

Sus padres, miembros de la aristocracia porteña, huyeron a Rosario, donde un médico amigo falsificaría su certificado de nacimiento, para que nadie sospeche del imperdonable pecado del amor temprano.

El Che, aunque nació un 14 de mayo, fue declarado sietemesino e inscripto exactamente un mes más tarde. Así, el mundo que buscó transformar, quiso compartir con él un otoño más que la historia oficial.


Picardía


 

Las mañanas sin café,
la heladera vacía.
Picardía.
Remolino de recuerdos,
este ingrávido abril.

Cruzar esa puerta y no encontrar,
tu amor y tus reproches.
Picardía.
Que no se conjuguen en futuro nuestros besos.
Y la distancia.

Olvidarme de tu nombre,
pero no de tu perfume.
Picardía.
Conformarnos con este empate,
cuando ganábamos por goleada.

Confiar en la belleza de la flor,
cuando el jardín aún está oscuro.
Picardía.
Una tarde gris sin mates,
unos mates sin tu miel.

El color de tu pijama,
coincidiendo con las sábanas.
Picardía.
Navegar por cualquier río,
amarrar en el mismo lugar.
 

Picardía que tus manos,
no conversen con las mías
Picardía el desayuno,
sin el pan de cada día.
Picardía, ya no verte.
Picardía, esta poesía.

Caminar la noche




La calle estaba vacía. Apenas un perro ladraba lejos, imperceptible. El viento de mayo despoblaba la ciudad ni bien el sol empezaba a despedirse.

Silbando sin público, caminé por Dorrego hasta la esquina del café. Los mozos también se sumaban al éxodo diario hacia sus hogares. 'Guardate pibe', me gritó René desde adentro, mientras limpiaba la mesa con su trapo gastado. El clima y los miedos eran los dueños y tiranos del barrio.

Doblé por Ituzaingó, masticando las broncas y las tristezas. Mi vieja no lo podía superar: desde que se llevaron a Alicia, la casa era un sólo silencio. Junto con mi hermana, nos quitaron todas las fuerzas que nos definieron como familia. Aquel desorden italiano, esa algarabía usualmente injustificada, el viejo leyendo el diario en la mesa, rezongando y comentando cada detalle eran sólo una postal de una tierra muy lejana.

En dos años las palabras se nos habían escurrido de las paredes y yo hacía cada día, desafiando a todos los riesgos, mi mayor esfuerzo por demorar mi vuelta a casa. Metí las manos en los bolsillos de la campera negra, haciéndoles un lugar entre los lentes de sol y el pañuelo, para que el frío se sintiera un poco menos poderoso.

No escuché nada. No vi nada. No tuve tiempo de asustarme. La camioneta gris dobló en contramano y el ruido del escape estacionó justo delante de mis pies y mi perplejidad.

La puerta se abrió, violenta. Antes de que las palabras cobraran forma, un puño cerrado me impactó en la costilla. Mientras gritaba y nadie venía, un uniformado me esposó. Otro, con bigotes, se acercó tomando impulso y un rodillazo encontró mi frente sintiéndome desvanecer.

'Pará, viejo'. Todo era oscuro y confuso.  'Tiene que ser un error', solté, sediento, cuando los sentidos me fueron devueltos en otro lugar: el interior del vehículo, supuse. Tenía la cabeza tapada y algo me aferraba la boca, hasta que un bastonazo en las piernas me hizo caer de rodillas. 'Callate, callate pelotudo. Vas a saber lo que es bueno'.

Me desplomé sobre la chapa. Cuatro o seis borcegos empezaron a pisar mi espalda y a sofocar mi pedido de auxilio. 'Pendejo de mierda, qué hermoso culo tiene tu novia. Se lo miramos todos los días, cuando se toma el diecinueve'.

'Tiene que ser un error. Soy Dieg...', balbuceé, antes de que el escozor de la picana me tocara la nuca, y cuero cabelludo se tense cada vez que me tiraban del pelo, ideológicamente largo. Me sacudí del dolor, y una patada alcancé a dar.
'Quedate quieto pendejo, que ésto ya se termina'.

Mi viejo me había aconsejado tantas veces no involucrarme, y yo le había hecho caso. En especial, desde de que la pequeña desapareció. Pensé mucho en ellos dos. Por eso tenía que tratarse de una confusión. Yo había sido un estudiante ejemplar, y ahora pasaba mis últimos días mozos entre la universidad y la escritura de mi segundo libro.
¿Eran la cultura y el mundo de la ficción suficientes para ser considerado subversivo? ¿Alcanzaba con animarse a dudar para ser peligroso para el poder?

Imaginaba que no, mientras los ardores me subían por los pies, y el aire empezaba a faltarme. Decidí usar el último suspiro para lanzar mi bala de plata, lo que siempre había interpretado que me pondría a salvo: 'Soy Diego Basetti, licenciado en letras, escribo libros y me dieron el Premio Internacional Becker cuando era estudiante'.

Antes de barajar las diferentes alternativas. Antes de intuir que ya no podría caminar la noche. Antes de temer a dormir en un calabozo de torturas. Antes de ilusionarme con la posibilidad de que abran la camioneta y me tiren a la calle. Antes de darme cuenta que mi destino podía ser ninguno. Antes de comprender que podía ser arrojado al mar o la memoria colectiva, escuché lo que menos quería escuchar: 'Callate de una vez, pendejo. Sabemos bien quien sos'.

Te llamaré domingo

















La tarde irá desarmando su forma,
mi ansiedad haciéndose un lugar.
las penas y los ombligos, de a poco, se cicatrizarán.

El lugar se inundará con sahumerios intensos,
llenaré la heladera con té frío;
gastaré las palabras y las esponjas nuevas;
y abrirás las puertas con tu llave maestra.

Las ilusiones dibujaré con tus colores
Inventaré arroz holandés,
mezclando cerveza con arvejas,
combinando tus ojos con los míos.

Y cuando ya no te diga que estás linda,
ni te pregunte si ya lo había dicho.
buscaré, inútilmente,
reconocerte en otras miradas.
Y en cada insomnio te daré la razón, y una poesía.

Y cuando nos quedemos sin internet,
nuestras canciones ya no suenen
y Almúdena no tenga más hojas para contar,
cambiaré tu nombre,
y te llamaré domingo.

Tutina





Yo me le animo a la barrabrava de River, me le animo a Clarín, a Moyano y a Bush...

Yo me le animo al monstruo feo, dientón y peludo, con tentáculos, garras, moco chorreante, escupidor de fuego, cornudo, volador, marino...,
sólo si la recompensa es que, con tus 3 años, me esperes a las doce, con delantal amarillo en el Jardín de Ana, y que vuelvas a cocollito cantando "una Morocha color café"...

Y que el monstruo venga con refuerzos y yo voy sin espada, ni arcos ni flechas, ni hondas ni piedras si me promete que caminamos por Boulevard adivinando qué vamos a comer al mediodia, y si me promete también que esto es para siempre...

Te vas, verano


Te vas, verano,
como se escapa el sol de la ventana,
como las hojas se desparraman en un remolino azul,
como estas lágrimas que ruedan

Te vas, verano,
como si existieran las certezas,
como si las verdades absolutas nos gobernaran.
Te vas como si todas las preguntas se pudieran ignorar.

Te vas, verano,
hacia la nada,
Te vas verano,
y por tres meses
¿a dónde vas?

Te vas, verano,
irreversible,
como la adolescencia,
como se va el mar,
te vas para adentro,
te vas como si fueras a volver.

El salario en los tiempos del cólera




La semana pasada el CEPA (Centro de Economía Política Argentina) emitió un informe analizando los meses de verano en el principal corredor urbano del país. Los resultados fueron demoledores: el 35% de los participantes de la encuesta disminuyeron el consumo de lácteos, el 48% el de carnes, 24% frutas y verduras, 23% medicamentos.

En este contexto, cada marzo nos encuentra en el mismo lugar: Los estatales discutimos salarios en un contexto nacional desfavorable y complejo.
Sin embargo, la Provincia de Santa Fe es una de las provincias más ricas, con fuerte sostén en el agro y su cadena productiva. Es por ésto que exigimos un esfuerzo para sostener nuestro poder adquisitivo.

Estos tiempos han hecho que, contar con un trabajo formal, sea gozar de una gran fortuna. Quienes ostentamos este bien, debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad.
Los derechos conquistados son cauces rectores que impulsan beneficios en el ámbito privado e informal.
¿Cómo va a reclamar un compañero contratado mejorar sus condiciones laborales sin que las mismas se garanticen para los trabajadores de planta?
¿Cómo van a discutir salarios los sindicatos del ámbito privado si las estructuras gremiales del estado flaquean ante la patronal?

Un marzo más, docentes, trabajadores de la salud y estatales nos encuentra juntos, y siempre del mismo lado.

Camino a Melmac





Duerme el aire en el balcón,
seduciendo a alguna luna;
amanece en una cama,
se despierta en tu estrechez.

Agradezco tu sonrisa temprana,
que agradece mi caricia;
caminar juntos a Melmac,
colorear el corazón.

Y si te cierran la comida rápida a las doce,
si las pastas no salen en enero;
yo te espero a cenar,
un domingo, en el piso tres

Terciopelo que te envuelve,
que sostiene tus ojos de miel,
se levanta tu mirada
desafiante en el sillón.

Tu verano que no calla
sus perfumes inquietos;
un aro y un rasguño
con olor a libertad

Y si la lluvia no se atreve a interrumpir tu sueño;
Si tres flechas se dispararon en cada abrazo
yo te espero a cenar,
un domingo, en el piso tres

Y si tus hombros naufragan perfectos,
dos anticipos de tu desnudez;
si a cuentagotas pasa este tiempo,
yo te espero un domingo, en el piso tres.

El último mundial




Una mañana fría de junio del 1986 me mudé por primera vez.
Después de haber vivido 9 meses sólo, pero dentro suyo, salí a la cancha de este mundo días antes de que Maradona desparrame a todo inglés que le asalte el camino y el fútbol argentino viva sus horas de mayor gloria.

A mi vieja no le gustaba el fútbol, pero a mis 4 años ya me había enseñado a repetir de un tirón los veintidós convocados para la cita italiana. Ese mundial, tan místico y pragmático, fue mi primer recuerdo consciente frente a un televisor siguiendo una pelota moverse.

Mi vieja decía que no eran más que once tipos corriendo, pero Estados Unidos '94 nos encontró con la mirada fija en un catorce pulgadas - inexplicable moda japonesa-. Ella nos decía a mí y a Elián que tomáramos toda la merienda si queríamos que Argentina cambie el rumbo del partido del partido vs. Nigeria. Ella sabía que teníamos a Caniggia y Batistuta.

Ya con Francia pisándonos los talones, comprendí esa frase que sentencia que 'la vida no es otra cosa que eso que sucede entre mundial y mundial'.
Y me esmeré en definir un nuevo tempo, en demorar el péndulo de cualquier reloj.
Y me animé a acompasar mis emociones, a acoplarlas al calendario de la FIFA.
Y me dediqué a medir el tiempo en intervalos de cuatro años, a pensar cuántos mundiales me tocaría ver, a sufrir cuántos me había perdido.

Perla pensaba que el fútbol era un deporte inculto, pero también estaba segura de que era mi mejor conexión con mi viejo - y lo seguiría siendo. Así que esa madrugada de miércoles de 2002 me dejó su lugar en la cama matrimonial para que vea cómo un puñado de rubios nos mandaban de vuelta a casa.

Y al ritmo que desfilaban la escuela, la facultad y los trabajos pasaron los mundiales de la adultez, y mientras que en Brasil el destino nos amagó una sonrisa, se fueron sin hacer ruido Alemania y Sudáfrica.  Pasaron los años, siempre de a cuatro, como pasaba la vida con sus alegrías y sus inclemencias, con sus sueños y sus despertares, con sus enredos y su fluir.

Rusia 2018 nos encontró juntos, merodéandolo, recorriendo el viejo continente sin acercarnos demasiado. Mirándolo de reojo, en los bares, en los fan-fest y en los hoteles. Aquel viaje estuvo atravesado por el fútbol.

Cuando en mayo de 2015 supieron ponerle nombre a su enfermedad, mi vieja le confesó a una amiga que quería pelearla unos cuatro o cinco años.
Estuvimos a un gol de lograrlo, pero vivimos cada encuentro con la intensidad de las finales, con la certeza de que el silbato podía sonar en cualquier momento, con el frenesí del tiempo agregado, con la alegría y la nostalgia de asumir que era nuestro último mundial.

Pisamos el palito


Y nos proponen bajar la de edad de imputabilidad,
Y sentimos que los menores son las principales víctimas de nuestra sociedad;
Y nos dicen que para drogarse, embarazar y matar no son chicos,
Y pensamos que nadie les enseño el valor de la vida.

Y nos alientan a expulsar a los inmigrantes,
Y sufrimos arder la herida los hijos de otra tierra;
Y nos dicen que vienen a quitarnos el lugar en las universidades, trabajos y cárceles.
Y explicamos que el 90% de los delitos son cometidos por argentinos, que el 90% de los extranjeros no tienen antecedentes,
y que las facultades tienen más del 90% de estudiantes nacionales.

Y nos enseñan el protocolo Chocobar,
Y decimos que es peligroso empoderar a una fuerza que no tiene preparación técnica ni humana;
Y nos dicen que estamos en manos de los delicuentes,
Y argumentamos que ningún delito organizado puede subsistir sin complicidad política, policial y judicial;
Y nos indican que el verso de la educación es de largo plazo, y que nunca funcionó,
Y planteamos que nunca se intentó repensar el sistema completo.

Y cada cierto tiempo son puestos en agenda temas de seguridad, parapoliciales con ningún objetivo.
Y se gritan en televisión argumentos chatos e incompletos.
Y nada cambia, nada mejora;
Y se refuerza un sistema de creencias previos,
Y se gana tiempo, y la grieta se ensancha.
Y gobierne quien gobierne, se beneficia con una sociedad cada vez más convencida de que 'el otro' es el único culpable.