Segundos Tiempos

 ¿Y si supiésemos unos minutos antes que algo determinante está por sucedernos?

¿Y si conociésemos con anticipación que en el próximo rato va a ocurrir algo importante, algo capaz de reconfigurar nuestro semblante, nuestro humor, nuestra forma de relacionarnos con los demás?

¿Qué pasaría si, además, aquello que sucederá fuese definitivo, inapelable?

Quizás, como dice Charly, esperando nada menos que a su muerte, sólo con ser avisados bastaría para que nos arreglemos un poco. Quizás pondríamos atención en los detalles ínfimos, en cualquier señal que advierta que nuestro destino está a punto de marcarse.

En general no nos ocurre. Esas mañanas trascendentes amanecemos indiferentes al devenir que nos hará conocer a una persona que recordaremos para siempre, o aquel lugar que pisaremos por primera vez y ya no se irá de nuestra memoria.

En general no. 

Pero cada vez que, sentados en una tribuna, frente al televisor o escuchando la radio el árbitro le da sonido a su silbato después de quince minutos de incertidumbre, sabemos que algo va a suceder. Algo que condicionará los días futuros. Algo que nos puede llevar desde la apatía a la ansiedad, sin escalas. Algo que inevitablemente se resuelve en los segundos tiempos.