El Coto de Caza: Poder Real en Santa Fe













En un momento nuestro país tenía trenes, la red ferroviaria más extensa del continente, y las estaciones llegaban hasta cada pueblo, y hasta el centro de cada ciudad. La Estación Belgrano y la Estación Mitre albergaban a diario miles de pasajeros.

El Menemismo y nuestra pasividad hicieron pedazos toda vía. El devenir quiso que la Belgrano y la Mitre sean refugios culturales; en cambio Estación Recoleta sea el nombre elegido para homenajear un nuevo shopping. Años más tarde, bien podría llamarse Estación Coto.

La cadena de supermercados de Alfredo Coto llegó a nuestra ciudad hace más de quince años. En sus comienzos, respetó con justeza la ordenanza que impide a grandes superficies comerciales radicarse en Santa Fe - misma norma por la cual Makro y Wal-Mart se encuentran aún retirados del centro de la ciudad. El paso del tiempo le permitió eludir su cumplimiento: amplió su terreno sobre calle San Luis, construyó una segunda planta (ampliando su gama de productos ofrecidos) y demarcó un estacionamiento donde además nos ofrece productos de jardinería y pileta. La connivencia con el Estado Municipal jugó un rol dominante. Sólamente se le exigió que las facturaciones sean de forma separada, como si se tratase de locales diferentes, una burla al sentido común y al espíritu de la normativa.
A su vez, y en territorios nacionales inscritos en la ciudad de Santa Fe, a orillas de puerto, Coto instaló su segundo Megalocal.

Es normal ver en su línea de cajas campañas a beneficio del Hospital de Ramos Mejía, o de algún rincón del conurbano bonaerense, artífices de grandes elusiones de impuestos. Los cajeros son premiados en tanto más donaciones consiguen, e incluso incitados a agregar a mitad de ticket una donación mínima si el cliente no consiente. Es decir, jóvenes laburantes extorsionados para arrancarle una contribución a otro laburante santafesino, y así repartir el beneficio entre un hospital lejano y el ahorro impositivo de un grupo multimillonario.

El 2014 asomó un cambio. La legislatura provincial sancionó la ley 13.441, que intentaba compensar la relación de fuerzas entre las grandes cadenas y los pequeños almacenes. La ley, con gran consenso en todo el arco político, pretendía que durante los días domingo la venta se concentre en los negocios de menor porte, por lo cual los grandes deberían permanecer cerrados un día a la semana. Una manera de beneficiar al comerciante santafesinos 
El debate en la cámara debió adelantarse: Coto obligó a sus empleados más jóvenes a movilizarse a la plaza y contrató colectivos desde Rosario, con una facción de la barra brava de Rosario Central. Afortunadamente, llegaron tarde.
Tras amenazar con el despido de sus más nuevos cajeros, presentaron en conjunto con Jumbo y Carrefour, un recurso de amparo que les permitiera seguir abriendo sus puertas dominicales hasta que la Corte Suprema Provincial definiera la constitucionalidad de la ley. Y hace unos meses, la Justicia le dio la razón demostrando quiénes tienen el poder real en nuestra Provincia.

Ellas querían votar


Hace exactamente cien años, un 6 de febrero de 1918, el parlamento inglés sancionó, en Londres, la ley que permitía votar a las mujeres mayores a 30 años.

Y como tantas veces ocurrió en la historia, los cambios fueron el resultado de una lucha perseverante, que incluyó episodios de inusual violencia para la sociedad europea de la época.

Y el cuerpo lo pusieron ellas.

Los opositores al derecho de voto femenino argumentaban irresponsabilidad y fragilidad emotiva de las mujeres para denegarles el derecho al voto.

La líder de este movimiento, Emmeline Pankhurst convocaba a multitudes en Trafalgar Square. Con el tiempo, y tras ser arrestada once veces, los encuentros se convirtieron más secretos y multitudinarios. Muchas de sus seguidoras, al ser descubiertas, fueron desempleadas de su trabajo y obligadas por sus maridos a dejar el hogar y sus hijos.


El clima de hostilidad fue en ascenso.
Las sufragistas, invisibilizadas por los poderes político-religiosos, comenzaron a hacerse notar: se encadenaban a las vías del tren, rompían buzones del correo y saboteaban líneas eléctricas.

Una de las acciones más impactantes fue el suicidio de la militante Emily Davison, que se lanzó a las patas de un caballo que corría por el rey en en 1913.

Cientos de militantes fueron apresadas y desde la cárcel realizaron una huelga de hambre. Muchas fueron alimentadas a la fuerza, una práctica prohibida por ley, que obligaba a las autoridades a liberar a las prisioneras demasiado débiles. Una vez que se recuperaban un poco eran devueltas a la cárcel.

Sin embargo, fueron necesarios diez años más de lucha para que las mujeres lograran poder votar a los 21, como lo hacían los hombres.