Señora de las 9 décadas





















Dicen que cuando yo tenía unos meses, y mis viejos se iban a laburar a las seis de la mañana, me dejaban dormido, en su casa, para que ella y mi abuelo empiecen a hacer de mí un niño sobrequerido.

Dicen que cuando nos fuimos a vivir a Buenos Aires, eran ellos los que se tomaban el tren a Miguelete para que los ruidos de la gran ciudad nos aturdan menos.

Dicen que cuando orillaba mis once años, por las tardes me bajaba en su casa después de practicar fútbol, para merendar mermeladas caseras, mientras los caballos corrían carreras en Crónica TV.

Dicen que mi primera adolescencia me encontró los fines de semana durmiendo con ella, cuando el abuelo se fue y había que ahuyentar los miedos.

Dicen que las empanadas de carne no podían faltar, ni las torrejas, ni los buñuelos. Que pasar por la casa de la abuela era siempre una bendición al paladar.

Dicen que para cada materia de la facultad, sus oraciones me empujaron; que para cada malestar estomacal, su receta de limón con azúcar; que entre cada mate, un verso tiene para recitar.

Dicen de su pelo blanco, de su andar ya lento. Dicen de sus tangos, de su sonrisa imborrable, de sus ojos verdes.  Dicen que hoy cumple noventa años, y los lleva con estilo. Dicen que carga un dolor, un dolor que compartimos.

Digo que todo es verdad, y espero devolverle a la vida tanto amor recibido.