1960


Sin soltar el cuerpo de la mujer, buscó en el bolsillo de su camisa y encontró el pañuelo celeste para secar la transpiración de su frente. Llevaba más de seis horas trabajando y la humedad que siempre traía los fines de octubre complicaba las cosas. El doctor Viñuela había llegado la tarde anterior con la impoluta presencia que le conferían su pantalón oscuro, zapatos brillosos y maletín de cuero, ahora marcados por la tierra.

Los restos de leña roja todavía se respiraban en el aire y se confundían con las delicias del chorizo con grasa saboreado en la víspera. Aunque intensos, la mujer apenas podía percibirlos concentrada en soltar el aire con dolor, en empujar su vientre con esmero. Su hermana, novata en estas situaciones, navegaba en nervios. Aunque había viajado para cuidar de su sobrina y transmitir calma, no paraba de rezar y persignarse. Cada vez más frecuentemente dejaba corriendo la habitación estrecha para cruzar todo el terreno y evacuar en la letrina todos sus temores.

Desde lejos se escucharon los pasos de un caballo que se iba deteniendo. Tras unos segundos de silencio, sonaron las palmas repetidamente. El marido ajustó sus tiradores y salió para volver a los quehaceres cotidianos. En la entrada de la cremería el carro jardinera estaba a tope. Con paciencia y tenacidad fue transportando en sus hombros cada uno de los tachos con más de veinte litros de leche recién ordeñada. A sus casi cuarenta años, sabía sobradamente disimular su cansancio. Caminó una y otra vez hasta el barril de descarga, sin separar sus sentidos de lo que acontecía en el cuarto contiguo.

Mientras completaba el libro de planillas con minuciosidad, lo sorprendió un murmullo que se transformó en grito y lo hizo avanzar con apuro hasta la habitación. Entró y miró a su mujer, quien desde su delgadez incipiente le devolvió una sonrisa cansada y plácida. Su hija observaba atónita, asomada desde la puerta. Viñuela le extendió la mano y lo felicitó por ser padre del primer varón de la familia. Atrapado en una lluvia de emociones se acercó hacia el recién nacido, le acarició la mejilla y con el hilo de voz que le quedaba le dio la bienvenida a José Luis.