El fútbol son los padres




A veces tengo ganas de escribir de fútbol.
A veces, sobre mi viejo.

Es que todavía yo no sabía hablar, pero mis rodillas se flexionaban, descoordinadas, pretendiendo que mi pie alcanzara la pelota, y sus piernas me la devolvieran una y otra vez.
Es que crecí con la radio sonando a cualquier hora, con un periodista dándonos temas de conversación.
Es que una noche lo vi llenarse de seguridades y jugar a desambiguar mis dudas de infante, asegurándome que si yo cambiaba de color mi pasión, ya no viviría junto a él.

Bien él sabía que nuestro amor tenía forma redonda, y pentágonos cosidos.

Es que mirando fútbol lo escuché putear por primera vez, con un insulto vulgar y contundente, cuando Aquino erró un pase sencillo frente a Los Andes.
Es que, quizás, los espacios que no supimos completar, los tapamos con abrazos forjados a fuerza de goles, con lunes de puras tristezas deportivas.
Es que algunas tardes de domingo todavía siento el olor de la primera vez que pisamos juntos el Cementerio de los Elefantes.

Y es también que una cancha lo vi llorar como niño, y lloré con él.

Es el chori exquisito de dudosa procedencia;  es el galope de un corazón que ya le empezó a cobrar posiciones adelantadas.
Es nuestra manera de encontrarnos, y la de tantos otros, en una sociedad de paternidades heridas.

Es que a veces tengo ganas de escribir de fútbol.
Y a veces tengo ganas de escribir sobre mi viejo
Me llevó tiempo darme cuenta que eran una sola cosa.