Ex niño

 

Hoy no amanecí. Aunque así decirlo no sería estrictamente preciso. Una parte mía hoy se incorporó, desayunó, se lavó los dientes y se vistió para dar comienzo a otro día laboral. Pero otra parte, que me acompañaba desde siempre y hasta ayer, se quedó durmiendo, en un letargo infantil y profundo.

Muchos años después de que Papá Noel me confirmara su inexistencia creí que ese había sido el punto a partir del cual mi niñez estaba terminada. El mundo irreal que tramaba Santa Clauss junto a los Reyes Magos y el Ratón Pérez se había desplomado en minutos, desplazando la fantasía y el contacto con los semidioses por una vida más mundana y tangible.

Hoy que amanecí con esta carencia, que siento en la piel tanto el frío de mayo como el color de la ausencia, propia e incipiente. Hoy creo, que asisto al final de mi segunda y última infancia, esa que no enarbola superhéroes ni se proyecta en paisajes de ciencia-ficción; esa que no concilia el descanso rápidamente ni se refugia en el ocio, pero que consiste en la existencia de alguien que nos siga viendo como tales; un otro o una otra que registre nuestra niñez, con su inalienable fragilidad. Que se preocupe por si comimos, si nos visitamos, si llegamos tarde o si noviamos.

Hoy amanecí por la mitad, y me parece que eso que perdí, que se me cayó desde adentro, se lo lleva el último de nuestros abuelos vivos.