Miedo a perder: El fútbol que le gusta a la gente


Estamos atravesando la etapa final de un torneo extraño. Por única vez, y para remendar errores recientemente cometidos, el torneo de transición 2016 nos venía acostumbrando a un vendaval de goles.
Una disputa donde mucho hay por ganar -están en juego el título y cuatro plazas a la próxima Libertadores- y muy poco por perder -solamente hay un descenso - expuso la faceta más ofensiva de algunos entrenadores. Sin embargo, la fecha 12 le puso un freno a las ilusiones renacentistas.

Hasta hace siete días, el campeonato alcanzaba los casi 3 goles por partido en promedio, y nunca se habían gritado menos de 33 goles en una fecha. A falta de disputarse dos partidos en la 'fecha de la muerte', ¡se han convertido apenas 13!, lo que arroja la flaca suma de un gol por encuentro.
En el fin de semana se han jugado siete partidos, de los denominados clásicos históricos. Cuatro de ellos han terminado cero a cero. Los que tuvieron ganadores (San Lorenzo, Lanús y Unión) recién marcaron en los segundos tiempos. La prudencia y el temor a tomar riesgos salieron a la cancha sábado y domingo. Ni siquiera el hecho de contar con un jugador demás supuso grandes alteraciones estratégicas: River abundó en mezquindad aunque tuvo superioridad numérica durante 85 minutos, Lanús pudo abrirlo a partir de una pelota parada, y Unión sólo a cinco minutos del final, tras un grueso error defensivo.

En una sociedad donde la catástrofe es más incisiva que el éxito, la consigna era no ser tapa de ningún diario. Con un empate alcanzaba para pasar desapercibido en medio de tanto partido importante. Sobresalía el que fuese derrotado, y muchos prefirieron el anonimato. Casi todos lo lograron.
No jugamos para crear, para divertirnos, para lograr belleza en la colectividad del movimiento. Jugamos para humillar al rival, para hacerles sentir nuestra superioridad. Entonces, cuando no resulta sencillo plasmar esa supuesta diferencia dentro de una cancha se desordenan los valores, y ya jugamos para no perder. Para no sentirnos humillados. El olor de la derrota es mucho más intenso que el de la trascendencia.

El miedo ríe,  y por naturaleza nos paraliza. Entonces preferimos cerrarnos atrás, revolear un pelotazo, hacer un pozo, y enterrar nuestros talentos.
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario