Ellas querían votar
Hace exactamente cien años, un 6 de febrero de 1918, el parlamento inglés sancionó, en Londres, la ley que permitía votar a las mujeres mayores a 30 años.
Y como tantas veces ocurrió en la historia, los cambios fueron el resultado de una lucha perseverante, que incluyó episodios de inusual violencia para la sociedad europea de la época.
Y el cuerpo lo pusieron ellas.
Los opositores al derecho de voto femenino argumentaban irresponsabilidad y fragilidad emotiva de las mujeres para denegarles el derecho al voto.
La líder de este movimiento, Emmeline Pankhurst convocaba a multitudes en Trafalgar Square. Con el tiempo, y tras ser arrestada once veces, los encuentros se convirtieron más secretos y multitudinarios. Muchas de sus seguidoras, al ser descubiertas, fueron desempleadas de su trabajo y obligadas por sus maridos a dejar el hogar y sus hijos.
El clima de hostilidad fue en ascenso.
Las sufragistas, invisibilizadas por los poderes político-religiosos, comenzaron a hacerse notar: se encadenaban a las vías del tren, rompían buzones del correo y saboteaban líneas eléctricas.
Una de las acciones más impactantes fue el suicidio de la militante Emily Davison, que se lanzó a las patas de un caballo que corría por el rey en en 1913.
Cientos de militantes fueron apresadas y desde la cárcel realizaron una huelga de hambre. Muchas fueron alimentadas a la fuerza, una práctica prohibida por ley, que obligaba a las autoridades a liberar a las prisioneras demasiado débiles. Una vez que se recuperaban un poco eran devueltas a la cárcel.
Sin embargo, fueron necesarios diez años más de lucha para que las mujeres lograran poder votar a los 21, como lo hacían los hombres.
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