Yo no nací en la dictadura, pero mis viejos me contaron que no se podía usar el pelo largo.
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Yo estudié en democracia, pero en mi Escuela Industrial todavía se escuchan las voces de los alumnos y profesores perseguidos.
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Yo no escuché el sonar de escopetas derribando puertas, pero un familiar me confesó que, 40 años después, siguen despertándolo las pesadillas de las fuerzas de seguridad que vienen a buscarlo.
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Yo no viví los años del horror, pero el papá de una amiga me dijo que en los setenta no supo asumir su homosexualidad -ni mucho menos hacerla pública- por ser considerado subversivo. Y pervertido.
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Yo nací en Barrio Candioti, pero hay cientos de jóvenes -de 40 años- que todavía no saben quiénes son sus padres, y si un recuerdo de tortura y dictadores atraviesa su historia.
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Yo crecí en un país con ilusiones, pero siguen vigentes los efectos de un proceso de extranjerización que cambió su matriz productiva. Y después de mucho tiempo no pudo salir de su modelo endeudador y expulsivo.
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