El perro y el vidrio


El perro dió una vuelta, se rascó el hocico contorsionándose por completo, buscó sentarse sobre el almohadón. El estómago, todavía vacío, no lo inducía al sueño. Eran casi las siete, y el anochecer de abril lo encontraba ahí, estoico.
El vidrio de la mampara lo separaba del patio, y de alguna realidad añeja. Los otoños en la ciudad suelen cambiar la humedad por lluvia, y esa tarde en éxodo no pretendía contradecir a los dioses del cielo.
Unas horas atrás había intentado permanecer en el patio, pero cuando su pelaje empezó a sentirse mojado, aceleró los pasos en dirección al nada limpio trapo de piso, que le daba la nueva bienvenida al mundo bajo techo.
El cristal reflejaba su mirada enajenada, que se iba perdiendo y acercando repetidamente. El perro emitió un sonido, casi de queja, de disconformidad. Su ladrar tibio sonó grave, pesado, algo triste. La costumbre le había enseñado que, en los días laborales, el partir del sol coincidía con la llegada de su conviviente. Sin embargo, era evidente que aquella tarde algo lo inquietaba más que su reiterada soledad diurna.
Sus ojos oscuros brillaban en una tensión profunda; buscando un horizonte, o un infinito.
Es que su cuerpo estaba ahí, permaneciendo frente a la puerta entreabierta, inmutable a la brisa que comenzaba a refrescar la sala, pero su alma perruna había salido a pasear por otros tiempos y lugares.
Quizás estuviese volando hacia sus días mozos, rodeado de hermanos pequeños y astutos, compitiendo por la supervivencia, y al acecho de amor y leche maternal.
¿O tal vez su asentada adultez le había comenzado a exigir preguntarse por su padre, de quien no tenía más que una difusa imagen?
De pronto, sus más vigorosos deseos de ver y pisar el mar, ahora podían ser balanceados por una realidad más conservadora.
¿O acaso comenzaba a notar que sus ansias de libertad podrían finalmente quedar en ansias?¿Que el mundo libre y plural que alguna vez imaginó, y soñó forjar ya no nacería?¿Que su vida había sido una vida afortunada respecto de sus muchos pares -cobijo, salud y alimentación
no era algo que se podía relativizar demasiado en estos tiempos-, pero que él, en este ocaso, la estaba sintiendo insípida, intrascendente? ¿Que su pasar por este mundo no había marcado un nuevo rumbo para la especie?
O quizás sus ojos estaban a punto de empañarse cada vez que se acordaba de Ella. Y quizás en las tardes grises, ocurría a menudo. Porque cuando su perfume -el recuerdo de su perfume -invadía su olfato, no había razón que lo perturbara. No había razón que perturbara su melancolía.Y quizás todavía se preguntaba si la volvería a ver, si se reconocerían, si sería posible un futuro en común.
De repente, se escuchó el golpear del llavero, el perro olvidó todo -hizo como si hubiese olvidado sus tormentosos pensamientos- y se lanzó corriendo a arañar la puerta que le prometía compañía.

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