Misa Negra



Ni bien terminó el partido, me di cuenta que la derrota no me había dolido como lo hubiese imaginado unas semanas atrás.
Pensé que los dolores reales, producto de las ausencias que la vida propicia, estaban tapando en mí la amargura deportiva.
Pero con el correr de las horas, cuando de a poco nos fuimos soltando, noté que a muchos nos pasaba lo mismo.

Estas horas tuvieron un desborde de mística, una energía propia de las religiones, de los grandes recitales.
En tiempos de tanta división estéril, sigue siendo un milagro que el fútbol tenga la capacidad de acompasar tantas almas.
Y encontramos en las canciones y en las banderas ese grito común de agradecimiento para los que nos forjaron las pasiones;
esa conexión con los que ya no están.

Porque un estadio de fútbol sigue siendo uno de los pocos lugares donde se abraza a un desconocido, o donde lo podés ver llorar a tu viejo,
ojalá todos los que aman este deporte tengan la posibilidad de vivir lo que sentimos estos días.

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