San Cayetano


El chijete que se iniciaba en la puerta mal enmarcada le besó la frente y se adelantó al despertador previsto para las 6:15. Todavía con los párpados pegados, caminó descalzo hacia la habitación que compartían sus hijos e hijas y les dio la orden -siempre indiscutible aunque el invierno se resignase a abandonar el cubículo de chapas y ladrillos- de alistarse para ir a la escuela.

David abrió la garrafa y le dio fuego a la pava que sería fuente de mates para él, y mates cocidos para el resto de la familia. En una heladera donde sobraba frío, encontró el azúcar y cargó de falsos nutrientes las cuatro tazas.

La bocina de su compañero de obra lo sorprendió con el cigarrillo a medio terminar. Dio una última pitada profunda, consciente de la necesidad de despertarse del todo y de disfrutar también del único tabaco diario que la economía permitía.

Hasta el mediodía el tirón se hacía sencillo. Prefería las descargas del camión de ladrillos, la preparación de la mezcla y el armado de pilares. Él creía que la rutina lo salvaba de pensar. Pero si alguna preocupación lo avanzaba intentaba trabajar cerca del ruido de las mazas que picaban paredes y aturdían cualquier interrogante que un ayudante de albañil se permitiera indagar. La semana próxima estaba anunciada lluvia y David no quería siquiera imaginar cómo navegaría entre el barro y las cuentas flacas.

Recién durante la interminable espera del colectivo para regresar,  sus tripas le reclamaban atención que él sabía soportar. Aunque a veces, casi clandestinamente, cambiaba los mil pesos recién cobrados para que una factura de hoy, abultada de dulce de leche, se deshaga en su boca.

Cuando sus hijos lo veían desde lejos acercarse caminando al barrio dejaban la pelota, el celular  y los sillones para entrar raudamente a la casa, donde simulaban retomar las tareas escolares pendientes. David sentía que era necesario decirlo una vez más: 'Sigan así, hasta que no terminen la escuela acá no vienen con ningún novio o novia'.

Si Nadia volvía tarde de la casa donde trabajaba, era él quien mezclaba las verduras con arroz o fideos. El guiso y la televisión  los acompañaba cada noche. A excepción de algún partido de Boca,  no encontraba nada interesante para ver y para entretenerse dejaba sintonizado algún debate en los canales deportivos o políticos. Se iba a dormir con una sensación extraña y molesta en el estómago cuando escuchaba decir a señores muy bien trajeados que se había perdido la cultura del trabajo.

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