Patos, leones y otras especies primitivas




Los escuchamos hablar en contra de los inmigrantes, como si por nuestras venas no corriera ADN de otras tierras. Como si nuestros amigos, hermanos o hijos no hubiesen decidido ya que emigrar es también un derecho humano.

Los escuchamos vociferar contra de la educación pública, como si muchos de nosotros no hubiésemos sido los primeros profesionales en nuestras familias. Como si nuestros impuestos no servirían para que las universidades argentinas sean reconocidas mundialmente.

Los escuchamos atacar los derechos laborales, como si las condiciones en las que vive y trabaja la mayoría de los hombres y mujeres de nuestros país tuvieran margen para ajustarse más todavía.

Los escuchamos maltratar los derechos de las minorías, como si la historia no nos hubiese enseñado que el odio es semilla para las atrocidades mejores justificadas.

Los escuchamos minimizar las inequidades de género, como si las mujeres no tuviesen que trabajar un tercio más para ganar lo mismo. Como si no sufriéramos un femicidio nuevo cada veintisiete horas, como si más de la mitad de los mismos no fuesen cometidos por parejas o ex-parejas.

Los escuchamos hablar mal de todas las funciones del Estado, excepto la del orden y las balas, siempre dispuestas a callar los mismos gritos. Como si el gatillo fácil no matase más de doscientas personas por año en nuestras pampas.

Los escuchamos a través de sus discursos livianos y efectistas, con sus simplificaciones y certezas absolutas. Como si no quisiéramos reconocer la complejidad de nuestra situación y la impostura de las recetas mágicas.

Los escuchamos alimentando los sentimientos más primitivos del electorado, como si tras cuarenta años de imperfecta democracia decidiéramos con nuestro costado más vil e inhumano.

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