Universitarios



Soy Matías Gareli, estudié Ingeniería en Sistemas de la Universidad Tecnológica, y me gradué en 2010. Aunque no le guste al Ministro de Educación, no me reconozco kirchnerista, ni trotskysta; aunque me pregunto si quienes hablan de esa forma habrán leido alguna vez la obra de Trotsky y su lucha.

Nací en Santa Fe, a minutos de la facultad; mientras muchos de mis compañeros dejaron sus ciudades, sus familias y sus amigos. Se hicieron cargo de sus alquileres, de sus pagos, de afrontar con 17 o 18 años una vida casi adulta.

Nunca necesité trabajar; mientras otros contaban sueldos antes que materias, dedicando horas de sus brazos jóvenes para que el arroz se mezcle en la olla.

En 2011 me entregaron el Premio Nacional de Ingeniería; mientras tantos fueron más constantes, tenaces y tosudos que yo, y entregaron esfuerzo sostenido en el tiempo.

Mi tiempo libre era para mis amigos; mientras algunos ya habían formado familia, y estudiar era sólo un hueco entre tamaña responsabilidad.

¿Qué hubiese sido de todos ellos si la educación fuese paga?

La universidad ofrece oportunidades; abre puertas que serían muy difícil de destrabar de otra manera. Ser universitarios no nos pone en un pedestal moral, ni nos hace mejor que nadie. Ser universitarios nos concede la obligación de luchar porque muchos más puedan llegar a la gloriosa angustia  del discernimiento vocacional.

En un mundo competitivo y hostil, la formación sigue siendo el arma más noble para procurarse los anhelos sin dejar la vida en el camino. Con un sistema educativo en crisis, la Universidad Gratuita es una de las pocas herramientas  que garantiza el ascenso social en nuestro país. Y nuestros formadores docentes son los instrumentos de esta emancipación. Semejante rol debería equipararse con sus condiciones de trabajo.  No invertir en su salario y formación es una franca declaración de principios. Y de proyecto de país. ¿Cómo no bancarlos?

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