Dios Ameo



Siempre creí en Dios. Desde niño, naturalmente por imposición cultural y mandato. Dios representaba todo eso que no tenía explicación, una promesa de futuro feliz y eterno, los fundamentos para hacer el bien bajo su mirada examinadora y punitiva.

Las instituciones han hecho todo lo posible por alejar de la fe a las estratos sociales medios, a través de una espiritualidad escueta y sumisa, diseñada para otros tiempos. Y a pesar de todo sigo empecinado, tozudo, estoico. La culpa, el pecado, el machismo y la verticalidad eclesiástica sostienen, desde hace décadas, concepciones conservadoras en un contexto que pretende avanzar, discutir, ampliar e integrar.

Sin embargo, permanezco. Creo en Dios, con lo difícil y arriesgado de creer en algo. Creo en Dios y en los valores que se supone eso implica. Creo en un Dios que sintetice la totalidad de la especie; un Dios más colectivo que individual,  más terrenal que celestial; un Dios humanizado -¿quizás Jesús?-; un Dios que tema, se angustie y dude. Un Dios que sea sinónimo de libertad, donde el único dogma sea amar sin restricciones. Un Dios que no sea causa-juez de la moral, sino su consecuencia y testigo.

Un Dios padre, madre, hermano, hija, amigo, pareja, amante;
desjerarquizado y compañero;
para que los panes y peces se sigan multiplicando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario