La cumbia emancipadora: resistida, resistente y cooptada

















Los '90 nacían y cada fin de semana en canal 13, Pipi Rivero presentaba 'Musicalísimo'. La movida tropical ingresaba a la pantalla chica y a las clases medias. Como el buen café, llegaba desde Colombia hacia las principales ciudades de nuestro país.
Durante mucho tiempo la cumbia fue 'musica de negros'. Los boliches y las radios se diferenciaban entre quiénes la pasaban o no, segmentando siempre sus públicos, tal como las reglas del mercado lo indican.

De fuerte arraigo machista y popular, el sonar de los timbales siempre estuvo emparentado con la diversión y la lírica de bajo vuelo. Sucede, a menudo, que los fenómenos resistidos y marginados se transforman en resistentes.
Entre fines de esta década y comienzos de la siguiente tomarían vuelo dos sucesos disruptivos con los patrones precedentes.

En el año 1998,  y a puros tempos cumbieros, cobraba fama el primer grupo de música gay. Aunque el color y la sobreactuación le otorgaban sesgos de burla a 'Los Sultanes', la banda fue rápidamente adoptada por el colectivo homosexual. Así, las históricas composiciones hombre-mujer daban lugar a desamores y traiciones entre varones.

Al compás de la crisis de 2001, hizo mella una nueva vertiente: la cumbia villera. Con origen en el conurbano bonaerense, las voces de los postergados irrumpieron desnudando las tranzas político-policiales. Una cumbia 'de clase' se enalzaba y se apropiaba de las pasiones de los sábados.

Fue el mismo sistema que les hizo lugar el que encontró cómo encausarlos y -naturalmente- limitarlos. Los nuevos exponentes de los barrios bajos deberían cargar con las identificaciones y estigmas que trascienden al ámbito musical. Así, por ejemplo, lo sugiere ser 'un wachiturro', con cortes de pelo y vestimentas afines; o también 'El Villano', con serios problemas para pronunciar correctamente algunas consonantes.

El capitalismo puede convertir al Che Guevara en una remera muy vendida. Y aunque se hagan denostados esfuerzos por europeizar nuestros gustos, las clases medias también sueltan sus piernas cuando los ritmos caribeños se hacen escuchar. Esta peculiaridad, otrora incómoda, fue considerada una oportunidad comercial. Fue así que en los últimos años, la cumbia dejó de ser cantada en exclusividad por los desprolijos pelilargos, ex-convictos o pueblerinos. La 'cumbia cheta' es interpretada por jóvenes perfectamente estereotipados en elevados niveles de belleza y clase social, y dirigida a los grandes centros urbanos para ser consumida como un producto de laboratorio más. Y que haga menos ruido.

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